Dr. D. Jesús Hernández Perera

Una vez más La Laguna da comienzo a la edición 1991 de sus afamadas fiestas en honor del Santísimo Cristo. Otro año y otro mes de setiembre ha preparado un renovado y extenso programa para conmemorar la restividad liturgica de la Exaltacion de la Crüz. A este pregonero ha correspondido, por delegación de la Alcaldía y su Concejalía de Cultura que mucho me honra, convocar a la ciudad, a la isla y al archipiélago entero para participar en este festivo y siempre esperado acontecimiento.

Porque es siempre un verdadero acontecimiento, aunque los laguneros lo exhiben devotos en la madrugada y en la tarde del Viernes Santo el triple paseo triunfal que la imagen más venerada y venerable del Crucificado realiza entre crecientes muchedumbres por las calles y templos de la urbe entre los días 8* y 14 de septiembre. *(9 de septiembre).

La acendradísima devoción que esta efigie de Cristo clavado en la cruz ha suscitado en los casi cinco siglos que lleva en la isla, no es únicamente la razón de su fama y prestigio. El Cristo de La Laguna es también la cifra histórica de algo muy íntimamente ligado al fundador de la ciudad; es asimismo excelsa obra de arte del tiempo de los Reyes Católicos bajo cuyo cetro Tenerife y todo el archipiélago quedaron incorporados al reino de Castilla, y además un hecho de cultura que, acumulado
por la urbe en cinco centurias, desborda considerablemente la gubia del anónimo escultor que le dio forma al comenzar el siglo XVI.

Ante todo, esta hermosa talla gótica, la mejor escultura del estilo final de la Edad Media que posee el archipiélago entero, ya que la Virgen de Candelaria venerada por los guanches que le precedía en fecha desapareció con el aluvión de 1826 y la menuda Virgen de la Peña de Fuerteventura no la supera en parangón estilístico, es la mejor dádiva que aquí dejó el Adelantado fundador de San Cristóbal de La Laguna.

Hasta los críticos e historiadores del arte han renovado en fechas recientes el interés hacia esta espléndida imagen gótica al reconsiderar las incógnitas de su autoría y procedencia. No es cosa de rememorar la creencia popular recogida por el Padre Luis de Quirós de que tan hermosa talla fue labrada por manos de ángeles y hasta traída por el arcángel San Miguel a quien Fernández de Lugo dedicó el convento grande de los franciscanos, porque ya en el mismo siglo XVI la desmintió el historiador
de la Candelaria fray Alonso de Espinosa. Tampoco parece atendible, como ya argumentó D. Buenaventura Bonnet, la versión que dio fray Bartolomé de Casanova, provincial en las islas de la Orden de San Francisco, y recogió el mismo Espinosa, de que la imagen llegó desde Tierra Santa y El Cairo hasta Barcelona en una nao veneciana, donde la compró en setenta ducados Juan Benítez, para expedirla luego a Cádiz y desde allí al Adelantado en Tenerife.

Más admisible resulta la aseveración de que procediera de Andalucía como donación al Adelantado del duque de Medina Sidonia D. Juan de Guzmán, sabedor del deseo de Fernández de Lugo de colocar una imagen del Crucificado en la capilla mayor del convento franciscano de San Miguel de las Victorias, que éste fundó en 1506. Tanto Bonnet y Reverón como Rodríguez Moure argumentan que la escultura de nuestro Cristo no llegó a la isla hasta 1520, ateniéndose a la tardía afirmación del historiador Marín y Cubas de que antes estuvo en Sanlúcar de Barrameda, en la ermita de la Vera Cruz, de donde la envió a Tenerife el duque de Medina Sidonia.

Por esta procedencia andaluza se ha venido inclinando una serie de historiadores del arte, entre ellos el Marqués de Lozoya, que la clasifica como escultura gótica de escuela sevillana de la segunda mitad del siglo XV. La rubrican luego Bonnet, Alfonso Trujillo, Galante, y el profesor Azcárate como de arte andaluz en muy reciente estudio de 1990. De La Banda y Vargas, en conferencia aún inédita, la relaciona con el arte del escultor alemán Jorge Fernández, hermano del pintor ya renacentista Alejo, que en 1505 se encargaba del gran retablo mayor de la Catedral de Sevilla iniciado por el flamenco Pieter Dancart.

Y es que el estilo de nuestro Cristo es definidamente flamenco y en borno o roble negro de Flandes está esculpido. Martín González deduce que sus formas secas y estiradas están influidas por las tallas en marfil. El profesor Yarza, de la Universidad de Barcelona, lo cree quizá de orgen nórdico, opinión que robustece mi impresión de que es obra flamenca de hacia 1500, comparable en grandiosidad y dramatismo con el Cristo que preside el retablo mayor de la Cartuja burgalesa de Miraflores, obra
de Gil de Siloe o Gil de Amberes y su colaborador Diego de la Cruz. En el alargamiento de las piernas y el fuerte plegado eyckiano del perizonium o paño de pureza hay evidentes influjos de los Crucifijos pintados por Rogier van der Weyden. María Constanza Negrín, que lo ha estudiado muy detenidamente en su aún inédita Tesis Doctoral, encuentra muchas apoyaturas para creerla obra de Flandes, muy seguramente de un taller de Amberes, cercano a otras Crucifixiones flamencas de fines del
XV y comienzos del XVI en el Museo del Louvre y en Lovaina, así como otras de igual procedencia en templos de Suecia, y especialmente al retablo de los Salamanca en San Lesmes de Burgos, de origen antuerpiense, donde se advierten similitudes insistentes en el rostro alargado, los párpados carnosos y oblicuos, el rizado de barba y cabellera, y en la aparatosa corona de espinas.

Sería así la más antigua y también la más monumental de toda la abundante estatuaria flamenca que importaron las islas Canarias en todo el siglo XVI, índice de las activas relaciones que, con la exportación del azúcar hacia los puertos de Brujas y Amberes, mantuvo nuestro archipiélago, donde se radicaron tantas familias de los Países Bajos meridionales. Recordemos que también en La Laguna, y en iglesia tan histórica como la de Gracia, fundación del Adelantado, la imagen de la Virgen
titular, según demostró María Jesús Riquelme, es de origen flamenco y de la primera mitad del XVI.

Ciudad de Ilustre Historia reza uno de los honrosos títulos concedidos a La Laguna. Ciudad histórica que refulge al paso del Cristo que casi desde el principio ha presidido y estimulado el discurrir de la urbe. Puesto que su llegada se remonta al mismo gobierno fundacional del Adelantado, en su solar coinciden el primer encuentro del conquistador con los guanches y la inicial escaramuza que dio pie a la erección de Santa María de Gracia. También aquí ocurrió la aún más seria batalla de La Laguna, ante el campus de la futura Universidad, donde murió el principe Tinguaro, más o menos donde la Cruz de Piedra rememora el suceso. Y el regreso, derrotado por los indigenas en La Matanza de Acentejo,para reembarcar en Añaza y preparar desde Gran Canaria la segunda expedición en la que contó con el apoyo del Guanarteme de Gáldar que la tradición cree sepultado en la ermita de San Cristóbal. Desde aquí iría al decisivo choque de La Victoria de Acentejo, con la ocupación del Valle de Taoro, y la rendición del pueblo indígena ante el barranco de Tigaiga, donde se instalaron los dos Realejos, para luego fundar San Cristóbal de La Laguna en el mes de julio de 1497 a la orilla del pequeño lago que garantizaba el suministro de agua y vida orgánica.

Sería deseable que, con el plano de Torriani a la vista, un seto vegetal con flores espontáneas marcara los bordes del viejo lago, desecado en el siglo XVIII, entre los caminos de Las Mercedes y la ruta de Tejina, como recuerdo de aquella laguna que dio nombre a la ciudad.
Ciudad histórica donde se asentó hasta el siglo XIX el único Cabildo de la isla, cuyo archivo constituye elocuentísimo testimonio documental para la historia municipal e insular, precisamente por haberse conservado indemne de los incendios que en otros ayuntamientos redujeron a
cenizas sus fuentes escritas. No se elogiará bastante el interés que las corporaciones han puesto últimamente en la conservación, restauración  y moderna instalación del Archivo Municipal de La Laguna, para comodidad y provecho de los investigadores.

La presencia de los Capitanes Generales le otorgó asimismo calidad de cabeza de la circunscripción militar resguardada al abrigo de las fortificaciones de Santa Cruz de Tenerife. Tal vez ningún acontecimiento político prestigió tanto a La Laguna como la creación de la Junta Suprema de Canarias, animosa respuesta de los patriotas laguneros ante la formidable conmoción de la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia.

También ciudad de fe y religiosidad, que desde el siglo XVI levantó las naves profundas de la primera parroquia de la isla, la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, de la que derivan todas las demás circunscripciones parroquiales. Todos los cronistas y viajeros se han hecho eco de la estimulante rivalidad que sostuvieron las dos parroquias de la Concepción y los Remedios y del esplendor que ambas dieron al culto, hasta llegar a la vistosa liturgia actual de la festividad del Cristo de La Laguna.

Sus muchos conventos y cenobios, algunos poblados por varones de ancha comprensión, cultura y santidad, como el místico Beato Alonso de Orozco Sus muchos conventos y cenobios, algunos poblados por varones de ancha comprensión, cultura y santidad, como el místico Beato Alonso de Orozco que por dos veces residió en el convento agustino del Espíritu Santo; también los monasterios de claras y catalinas o dominicas estas últimas instaladas donde tuvo su mansión el Adelantado, fueron y siguen siendo, tras la supresión desamortizadora, enclaves de espiritualidad. Nunca se recordará bastante que en nuestra ciudad nació esa figura extraordinaria como religioso y misionero, evangelizador y políglota, poeta en cuatro lenguas y gramático del guaraní, el ya Beato José de Anchieta, el jesuita Apóstol del Brasil, que si, por donación de la gran nación sudamericana cuenta con un memorial en bronce del escultor Bruno Giorgi, aún espera en el solar natalicio la capilla y fundación que su gesta merece.

Como capital de la Diócesis nivariense, cuya creación obtuvo del Pontiífice Pío VII y del rey Fernando VII un lagunero ilustre, el arzobispo de Heraclea D. Cristóbal Bencomo, la ciudad queda singularizada por ser la sede de la Catedral y del Seminario Diocesano con la permanencia de un Cabildo catedralicio y un claustro de profesores, respectivamente, nutridos por individuos cualificados y celosos. Al hacerse cargo nuevamente los franciscanos de la custodia del Santuario del Cristo, esta comunidad atiende el culto de la venerable imagen, que cuenta además con la tutela  de la Real y Venerable Esclavitud como una de las colradías más numerosas y cualificadas de la diócesis.

Consecuencia y expresión de ambos legados de historia y de fe, La Laguna es ciudad de arte. Arte destacado y ejemplar no sólo para la extensión del Archipiélago Canario entero, sino también para muchos aspectos del arte español, europeo e hispanoamericano. Quisiera destacar en primer lugar, antes de considerar la arquitectura, la importancia de su urbanismo, precursor con la cuadrícula hipodámica de su red viaria antigua del trazado ortogonal de tantas ciudades hispanoamericanas, y que interesa sobremanera conservar en sus lineaciones y alzados, ambiente, colorido y entorno, como auténtica definición y atractivo de la urbe, al que no puede renunciarse sin adulterar su estampa peculiar y antañona.

El patrimonio arquitectural de La Laguna es, pese a los incendios, deterioros y culpables descuidos, de importancia capital para el arte canario y cuanto se haga para su preservación será siempre meritorio e inexcusable. Bastará recordar el capítulo tan nuestro y tan hispánico del
mudejarismo, aquí comprensivo de la más cuantiosa y variada muestra de artesonados, desde la Concepción con sus almizates y calles de limas recamados de lacerías, hasta la piña de mocárabes de la ermita de San Cristóbal, las cubiertas de Santo Domingo y el Hospital de Dolores, los conventos de las Claras y Catalinas con el valor añadido de sus ajimeces de celosías ya únicos en las islas. Faldones pintados al gusto portugués no faltan, ni tampoco artesones en algunas mansiones como los Palacios de Nava y Lercaro. El bellísimo claustro del Instituto de Canarias sede de la primera Universidad agustina, con sus columnas de toba roja de las canteras de Pedro Álvarez, es uno de los escasos ejemplares que subsisten y merece se acelere su restauración inaplazable.

La arquitectura civil es también eminente en la evolución de los estilos, desde el plateresco de la Portada del Corregidor, del maestro Francisco Merino, al manierismo del Palacio de Nava o de Villanueva del Prado, en el que el arquitecto Juan Benítez emuló la fachada de la Chancillería de Granada, construida por Francisco del Castillo un tiempo colaborador de Vignola en la Villa Giulia de Roma, desde el barroco admirable del Palacio de Salazar, ahora sede del Obispado, construido por ese tracista singular que se llamó Juan González de Castro Illada, hasta el neoclásico de la fachada principal del Palacio Municipal, obra de Juan Nepomuceno, el mismo que alzó el hastial clasicista de la Catedral interpretando el diseño de Ventura Rodríguez para la de Pamplona. La Laguna vio nacer y morir al eminente arquitecto neoclásico Diego Nicolás Eduardo.

No son desdeñables los balcones volados de tea que embellecen muchas fachadas, muestrario de tipos y adornos tallados de los más representativos de Tenerife, como los de San Agustín, la Casa Bigot que construyó en el siglo XVI el platero de Ruán Claudio Bigot, y muchos
otros corridos en las calles San Agustín, Carrera, Herradores, del Agua y Santo Domingo. No ceden en importancia los numerosos y ricos retablos barrocos de los templos y los púulpitos, como el admirable de la Concepción.

El legado escultórico que conserva la ciudad, cronológicamente iniciado por el gótico Cristo de La Laguna, es también de primera magnitud. Obras de Juan Bautista Vázquez, Antonio de Orbarán, Lázaro González, Rodríguez de la Oliva, anteceden a las de Luján, que para la
Concepción talló su Dolorosa Predilecta, y a las de Estévez. De las imágenes Importadas, a más de algunas hispanoamericanas, sobresalen las llegadas de Génova, con la que tantas relaciones comerciales y famillares mantuvo la ciudad, entre ellas la Inmaculada de Santo Domingo y  los Santos Agustín y Mónica que acompanaban a la Virgen de la Cinta, del escultor ligur Antonio María Maragliano, el cristo a la columna de la Catedral de un seguidor de Filippo Parodi, y el impreslonante Púlpito dmarmóreo de Pascuale Bocclardo, donado en 1767 por Andrés José Jalme, una de las obras más destacadas de la estatuaria genovesa en toda España. A destacar tambien la fontana clasicista francesa de la Plaza del Adelantado y los muchos bustos que la cludad ha dedicado en plazas y paseos a sus poetas, periodistas y literatos y al obispo Pérez Cáceres. En nuestros días tiene su afamado taller en La Laguna el magnífico escultor José Abad.


La ciudad puede enorgullecerse de contar con una importantísima colección de pintura flamenca, desde el tríptico de Nava, obra del gran pintor bruselés Pieter Coecke, hasta las tablas manicristas del retablo de Mazuelos que se exhiben en el barroco retablo de los Remedlos de la Catedral y en el Museo parroquial de la Concepción, obras que se relacionan por Díaz Padrón con el pintor de Amberes Hendrick van Balen, coetåneo de Rubens Excelentes muestras de la pintura andaluza se guardan aquí, como las Inmaculadas de Sebastián de Llanos Valdés y de Pedro Atanasio Bocanegra, o de la mejicana como la Purísima firmada por Francisco Vallejo, Extensa es la obra pictórica que en la ciudad dejaron los pintores isleños, como Cristóbal Ramírez, Gaspar de Quevedo, Cristóbal de Quintana, Rodríguez de la Oliva, Juan de Miranda, Francisco de Rojas, Luis de la Cruz. Las pinturas murales de Carlos de Acosta en la escalera del Ayuntamiento son el más antiguo memorial pictórico donde se reúnen los guanches y el Adelantado ante los Reyes Católicos. El Paraninfo del Instituto es un selecto museo de pintura del XIX. Los retratos de Torres Edwards y los murales de Mariano de Cossío constituyen el más puntual museo iconográlico de las últimas décadas. No se olvide que en La Laguna nació ese faro del surrealismo europeo que se llamó Oscar Dominguez. Desde La Laguna irradian las creaciones abstractas y expresionistas de Pedro González y las acuarelas personalísimas de Martín Bethencourt y Manolo Sánchez.

La cruz de plata sobre la que va clavado el Cristo de La Laguna, donada en 1630 por D. Francisco Bautista Pereira de Lugo, y la basa repujada que en 1654 regaló el capitán Lázaro Rivero, nos hablan del esplendor de los talleres de platería de la ciudad. El retablo de plata que
deslumbra en la capilla del Cristo es obra espléndida de la orfebrería lagunera, sin parangón en España, y su hermoso frontal labrado lleva las de Villanueva del Prado. La Laguna, pese a las requisas de la desamortización, conserva un museo de platería de una magnitud y riqueza que apenas superan Sevilla, Córdoba o Toledo. Los la de la Concepción, la Catedral, Santo Domigo, las Catalinas, las Claras, Hospital de Dolores, componen un tesoro que no es posible contemplar hoy en México ni el Perú. Las andas de baldaquino, las custodias procesionales del Corpus como las de la Catedral  y la Concepción, los ostensorios con templaderas, entre ellos la custodia de Santo Tomás que por dibujo de Rodriguez de la Oliva labró  el gran ofebre Ildefonso de Sosa, y la de la Catedral, rica presea neoclásica del platero Benito Martín, y tantas y tantas piezas constituyen un caudal deslumbrador. Los frontales de altar son tan numerosos que ninguna ciudad hispánica puede mostrar otro tanto.

No es posible enumerar las obras de bordados, sedas, encajes, bronces, hierros, mobiliario, cerámicas, alguna tan antigua como la pila bautismal gótica sevillana que aún conserva la Concepción. Recordemos que La Laguna nos sorprende anualmente con el arte efímero y hermoso de las allombras florales del Corpus Christi, en las que se perpetúa la iniciativa orotavense de la Casa Monteverde, uno de los apellidos flamencos aqui enraizados, así como con la alegría popular creativamente derramada en cada Romería de San Benito.

En delinitiva ciudad de cultura. A la par con el cultivo de las letras fomentadas desde el Ateneo, también el desarrollo de las artes plásticas que ahora exhiben bastantes prestigiosas galerías. Y el auge que ha tomado en estos años el cultivo de la música. La presencia de la Orquesta Sinfónica de Tenerife y la creación de la Orquesta de Cámara de La Laguna son afirmaciones superlativas, y lo son también los grandes conjuntos corales, desde el veterano Orfeón La Paz a la galardonada Coral Universitaria, con el concurso regional que reúne anualmente en la Concepción tantas voces jóvenes. Desde La Laguna ha irradiado al mundo sus canciones ese milagro vocal e instrumental de Los Sabandeños.

Se ha dicho de La Laguna que es una ciudad cultural, la ciudad cultural por excelencia del archipiélago. Nada más cierto, más apropiado. ¿Cómo, si no, hubiera sido esta ciudad el alveolo más idóneo, el mejor engarce para una Universidad que nació y renació en un desierto de centros de enseñanza, cuando sólo había escuelas de primeras letras? Aqui surgió la Universidad de los agustinos y aquí, también a impulsos de los hermanos Bencomo, se creó la Universidad fernandina, tras el ambiente creado por la célebre tertulia de Nava. Cuando se interrumpieron los estudios universitarios y sólo perduró el Instituto de Canarias, hasta aquí vino a hacer su examen de bachillerato el gran novelista grancanario, el mejor cultivador de la prosa hispánica decimonónica, el insigne Benito Pérez Galdós. En esos claustros y esas aulas se albergó el elenco de intelectuales canarios que hicieron florecer las primeras promociones Universitarias.

Donde siempre surgieron Ateneos, sociedades culturales, acontecimientos relevantes seculares y religiosos, anidaban gentes promotoras de un noble y singular ambiente, largamente preparado para recibir en los comienzos del siglo una Universidad moderna, unos estudios exigentes, concienzudos, la formación humana y científica más alta, la más distinguida. Porque una Universidad no es una nómina de profesores no es unos locales y unos horarios, no es una biblioteca, unos laboratorios y unos servicios administrativos, sino todo eso y mucho más. Una Universidad es todo un ambiente, es el latido profundo y constante de toda una comunidad, es el parámetro más alto y mejor cuidado en que una ciudad se siente comprometida con la sabiduría, con lo racionalmente más digno, más puro. Los locales, los laboratorios y hasta las inestables nóminas de profesores tal vez se puedan improvisar, pero la silente densidad del albergue de lo universitario, una ciudad cuyo eje sea la formación universitaria, eso es obra del tiempo, de años de dedicación amorosa, de entrega gratuita y generosa. Eso es obra de La  Laguna.

La ciudad engalanada de historia y de fe, de arte y cultura, de universalidad humanística y científica, os espera siempre, mucho más en estos días luminosos de sus famosas fiestas del Cristo.