LES ANUNCIO LA PASCUA DE 1997, EL PASO DEL SEÑOR HOY

Pregón de la Semana Santa de La Laguna, pronunciado en la Santa Iglesia Catedral.


1.- «Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión; alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios. » (Is 40,9-10).

Estas palabras, tomadas del llamado Segundo Isaías, y recibidas por un profeta como mensaje de esperanza que debía hacer llegar al pueblo judío, unos seis siglos aproximadamente antes de Jesucristo, pregonando la vuelta del destierro a su patria añorada, Jerusalén, me vinieron inmediatamente a la memoria apenas me pidieron que fuese el pregonero de esta Semana Santa 1997.

También a mí, dije, se me encomendaba, por la Junta de Hermandades y Cofradías, no subir a lo alto de un monte, pero sí acercarme a este templo catedralicio, a un micrófono de radio y a una cámara de la Televisión, como heraldo que va delante, para decir a todos los laguneros: «Aquí está vuestro Dios». Aquí llega la Fiesta de Pascua. Está cercana. Y en ella Pasa el Señor... Les anuncio, pues, la Pascua de 1997, el Paso del Señor hoy.

2.- Pasa el Señor...

Por encima de cualquier otra consideración, y antes de cualquier otra reflexión, quisiera invitarles a tomar conciencia de lo que anuncio: Pasa el Señor. Hoy. Por nuestra ciudad, por nuestras comunidades cristianas, por cada uno de nosotros.

Nos disponemos, es verdad, a conmemorar la pasión, muerte y resurrección del Señor. Pero no como mero recuerdo. Es un encuentro el que se nos ofrece. Hoy. A nosotros. A todos los laguneros. Un encuentro con el Señor vivo, resucitado, glorioso.

A través de las celebraciones litúrgicas, de las procesiones, y de los pobres, lo que se nos ofrece hoy es un encuentro con el Señor. Que se hace presente hoy entre nosotros. Que pasa hoy entre nosotros. Que a todos nos brinda luz para nuestras tinieblas, perdón para nuestros pecados, vida eterna por encima de la muerte.

3.- Pasa el Señor...

Yo no sé si somos conscientes. Yo no sé si a todos se nos ha regalado esta gracia. Pero, si hay algo que da sentido al anuncio de la Pascua, al anuncio de que pasa el Señor, es, sin lugar a dudas, el encuentro con el Señor. Hoy. Que vive. Que viene.

Casi no quisiera salir de aquí. De este punto. De esta perspectiva. Porque todo está aquí. En que se nos haya dado, al menos alguna vez, la gracia de este encuentro. En que seamos introducidos en el misterio luminoso de este encuentro. 

Nadie como los conversos, los que lo experimentan por primera vez, después de largos años en la indiferencia religiosa o en el ateísmo o en el agnosticismo, para descubrir apasionadamente la originalidad de este encuentro. Nadie como ellos para hacernos abrir los ojos y hacernos vislumbrar, asombrados, la hondura y hermosura de nuestra fe.

Tres testimonios, clásicos ya, en cierto sentido, quiero traer hoy aquí. Tres testimonios que, desde la verdad que reflejan con una fuerza singular, nos despiertan y confirman en la fe a cuantos somos creyentes cristianos y con esta fe nos disponemos a vivir la Pascua, el Paso del Señor, y tres testimonios que interpelen a cuantos se muevan en el terreno de la negación o de la duda y los invite a reflexionar y abrirse, también ellos, al Paso del Señor.

4.- Traigamos, en primer lugar, el testimonio vibrante de B. Pascal, célebre físico y matemático, francés, siglo XVII (+1662, a los 39 años de edad) y que, la noche del 23 de noviembre de 1654, recibió una luz, una gracia, narrada por él mismo en un texto manuscrito, que quiso llevar siempre consigo y que fue encontrado, después de su muerte, cosido en el interior de su chaleco. El texto, literalmente, dice así:

EL AÑO DE GRACIA DE 1654

Lunes, 23 de noviembre, día de san Clemente, papa y mártir,
y otros en el Martirologio.
Vigilia de san Crisógono mártir y otros.
Desde aproximadamente las diez y media de la noche
hasta alrededor de las doce y media de la noche.

FUEGO

Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob,
no de los filósofos y de los sabios.
Certidumbre, certidumbre, conciencia, alegría, paz.

(Dios de Jesucristo)
Dios de Jesucristo.
Deum meum et Deum vestrum.
Tú Dios será mi Dios.
Olvido del mundo y de todo, excepto de Dios.
No se le encuentra más que por las vías enseñadas por el evangelio.
Grandeza del alma humana.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido.
Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría.
Me he separado.

Dereliquerunt me fontem aquae vivae.
Dios mío, ¿me abandonarás?
Que yo no esté separado de él eternamente.
Ésta es la vida eterna, que te reconozcan único verdadero Dios
y aquel que tú has enviado, Jesucristo.
Jesucristo.


Jesucristo.
Me he separado de él, he huido de él, he renunciado a él,
lo he crucificado.
¡Que jamás sea separado de él!
Sólo se conserva por las vías enseñadas en el evangelio.
Renunciación total y dulce.
Etcétera.
Sumisión total a Jesucristo y a mi director.
Eternamente gozoso por un día de sufrimiento en la tierra.

Non obliviscar sermones tuos. Amén.

Hasta aquí el texto y el testimonio de B. Pascal. Sin comentario alguno. Habla solo. Desde aquella noche de fuego Pascal fue otro hombre.

5.- Traigamos también aquí otro testimonio, impresionante, el de D. Manuel García Morente, brillante catedrático, agnóstico, que, la noche del 29 al 30 de Abril de 1937, allá, en París, exiliado en el marco de la guerra civil española, solo, desconcertado y pensativo en su pequeña habitación, vive lo que él mismo llamaría más tarde, con un fino análisis, «el hecho extraordinario», una experiencia inolvidable de Jesucristo vivo, que nunca ya podría olvidar. He aquí el momento central de su experiencia,
narrada por él mismo, cuando de pronto, bajo la impresión de un misterioso sobresalto, despertó del breve sueño en que había quedado dormido:

«No puedo decir exactamente lo que sentía: miedo, angustia, aprensión, turbación, presentimiento de algo inmenso, formidable, inenarrable, que iba a suceder ya mismo, en el mismo momento, sin tardar. Me puse de pie, todo tembloroso, y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro.

Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de una lámpara eléctrica de esas diminutas, de una o dos bujías, en un rincón. Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor sensación. Pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía; percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras -negro sobre blanco- que estoy trazando. Pero no tenía ninguna sensación ni en la vista, en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente, con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones. ¿Cómo es esto posible? Yo no lo sé. Pero sé que Él estaba allí presente y que yo, sin ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni tocar nada, le percibía con absoluta e indubitable evidencia. Si se me demuestra que no era Él o que yo deliraba, podré no tener nada que contestar a la demostración, pero tan pronto como mi memoria actualice el recuerdo, resurgirá en mí la convicción inquebrantable de que era Él, porque lo he percibido».

Hasta aquí el texto y testimonio de D. Manuel García Morente. Igualmente sin comentarios. Habla él solo. D. Manuel García Morente, desde aquella noche, también sería otro hombre.

6.- Vengamos más cerca de nosotros. Y, aunque sea sin tiempo para analizar la calidad de su conversión, admitamos que alguna gracia especial vivió nuestro gran poeta icodense, Emeterio Gutiérrez Albelo, gracia que un día se atrevió a expresar, frente a quienes lo acusaban de hipocresía, con unos espléndidos versos nacidos del alma. Dirigiéndose a sus críticos, en un momento determinado, abre su corazón y confiesa abiertamente:

Oíd, mirad: Él me encontró en la calle,
descalzo, sucio, roto y aterido...
Y me ofreció su albergue
-qué paz más honda y limpia-.
Y desheló mis miembros
con su brasero astral, en donde Él arde.
Y restañó mi sangre con sus manos.
Y me limpió de podre para siempre.
Y me vistió con este traje nuevo
que ahora me veis lucir, no sin envidia...
Y hasta aplacó mi sed con su costado,
y con su propio corazón mi hambre.
Oh, no sabéis, oh, no sabéis -aúnque cuando se le encuentra
ni Él puede abandonarnos,
ni se le puede abandonar ya nunca.

Este es el testimonio de E. Gutiérrez Albelo. También habla él solo del paso del Señor...

7.- Pasa el Señor... Por esta ciudad de San Cristóbal de La Laguna cuando cumple quinientos años de su historia, cuando llega a la edad de cinco siglos. Por esta ciudad en la que Él, el Señor, anunciado y acogido, no ha dejado de estar presente desde su misma fundación hasta nuestros días. Por esta ciudad tan marcada por las huellas cristianas que han dejado sus habitantes en obras sociales, iglesias, conventos... Esta «ciudad de los conventos y de las huertas», que describe Manuel Verdugo. Esta ciudad de La Laguna por la que se moría de nostalgia, allá en Cuba, Francisco Izquierdo:

«Laguna de Tenerife cómo te llevo en el alma».

¡Cómo me place escuchar
el viento que fiero ruge,
y en la ventana que cruje
sentir la lluvia zumbar!
¡Cuánto oír al trueno en pos,
me parece allá en la altura
decir a la criatura:
«¡Calla, que está hablando Dios!»
Cuando la muerte a cortar
venga el hilo de mi vida,
quiero en tu vega florida
humilde tumba encontrar.
Sólo una cruz y una losa,
¿para qué más panteón?
Y una sencilla inscripción:
«Aquí mi cantor reposa»

Esta ciudad en la que Antonio Zerolo Herrera (1854-1923) escuchaba

«la mística armonía del órgano, al pasar por Santa Clara en la tarde otoñal, lluviosa y fría»

O de la que el mismo Antonio Zerolo, profesor del Instituto de Canarias de La Laguna, hoy Cabrera Pinto, escribió:

En esta vieja ciudad,
de recuerdo tan gloriosos,
pasé los años dichosos
de mi alegre mocedad.
Yo a sus templos concurrí,
en sus aulas estudié,
por «San Diego» paseé
y hasta «San Roque» subí.
Yo las calles recorría
en esas noches de luna
que sólo hay en La Laguna,
tan llenas de poesía.
Y atendí el vago rumor
de algún órgano sonoro,
en donde cantan a coro
las vírgenes del Señor.
¡Oh, Ciudad, eterna fuente
de inspiración, qué ventura
aspirar en la llanura
tu fresco y sutil ambiente!

Pasa Cristo por aquí. Por esta ciudad. En el Año Jubilar. En pleno sínodo. Mientras vamos de camino. Y mientras quedamos a espera de la Visita de la Virgen de Candelaria, nuevo acontecimiento de gracia en que nos aguarda nuevament Cristo. Pasa
Cristo. Hoy. En las celebraciones litúrgicas, las procesiones, los pobres. 

Hame enamorado
vuestra gracia y nombre,
pues os come el hombre
de un solo bocado.
Pan y vino veo,
gusto pan y vino,
mas, sin desatino,

Por eso peleo
contra mi sentido,
porque lo comido
es Dios que no veo

Sólo en él empleo
la fe, con que vivo:
hágome captivo
sin ver lo que creo

De este me proveo
para mi camino:
este pan divino

8.- Pasa Cristo el Jueves Santo.

Dejándonos, como regalo del Jueves Santo, con el don del sacerdocio ministerial y la exhortación al amor fraterno, el don de la Eucaristía, el pan de la vida como viático y su presencia sacramental como compañía. Esa presencia que en nuestra ciudad de San Cristóbal de La Laguna con tanto cariño se acoge y se presenta en los bellísimos monumentos, hermosos entre los más hermosos que conozco y que pueda haber en cualquier rincón de la tierra.

Y en la postrera me hundía
-sin remedio-,
cuando tu diestra radiosa
se me tendió -como a Pedro-,
y unas altas claridades
por mis ojos irrumpieron.
Tres veces, Señor, tres veces
mis fuerzas desfallecieron.
No fue un sofoco de flores,
de cirios y pebeteros,
sino tres aldabonazos
que descargaste en mi pecho.
Que yo también, te he negado.
Tres veces, igual que Pedro...
-Alabado sea el Santísimo
Sacramento...
Oh, qué perenne, qué hondo,
qué cegador centelleo,
noche primera de guardia
me prendiste al pensamiento.
Quien te vivió no te olvida.
Quien te vive no está muerto. 

Merece la pena el Jueves Santo acercarnos a celebrar «aquella misma memorable Cena» en la que el Señor «confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna» (Oración del día). Merece la pena acercarse y aprender del lavatorio de los pies la humildad y el amor, especialmente a los más pobres. Ojalá muchos nos hayamos dejado lavar antes de nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia, donde Cristo mismo, con su Espíritu, nos limpia y regenera. Merece la pena, en todo caso, recorrer después los monumentos de nuestra ciudad y extasiarse ante tanta calidad, tanta belleza, tanta delicadeza... Y extasiarse, sobre todo, ante la presencia oculta y escondida, pero real, del Señor, que allí nos espera y allí se nos brinda como fuente de luz, de verdad, de libertad, de esperanza, de consuelo, de amor, de vida y vida eterna.

Merece la pena recorrer los monumentos de la ciudad. O pararse en uno y quedarse a gusto, sereno, contemplativo, agradecido. Pidiendo, amando, adorando...

Unos versos del P. Anchieta, que me es grato traer aquí este año en que se cumple el Cuarto Centenario de su muerte, podrían ayudarnos a despertar nuestra plegaria:

Oh Dios infinito
por nos humanado,
véoos tan chiquito
que estoy espantado!
Estáis encerrado
en lugar estrecho,
porque en nuestro pecho
queréis ser guardado.

Este pan divino
harta mi deseo.

Todo está ahí. En ese pan y vino que ya no son pan y vino, sino presencia misteriosa del Señor. Ahí se hartan nuestros deseos. Todos. Sólo ahí podrán hartarse. Sólo ahí se encuentra verdadera vida. Qué bien refleja esta vivencia aquella poesía de Emeterio Gutiérrez Albelo, JUEVES SANTO:

Alabado sea el Santísimo
Sacramento.
Oh qué imborrable
recuerdo,
noche primera de guardia,
grabaste sobre mi pecho.
Oh guardia del Jueves Santo,

guardia del turno primero.
...Desfallecían los cirios
con agónicos luceros.
Las azucenas quemaban
sus cálidos pebeteros.
Hacia la altura volaban
las palomas del incienso.
Y el órgano
de los rezos
se volcaba
en el hondón del silencio.
Y yo a tus pies, en la guardia
fervorosa del regreso.
Tres veces, Señor, tres veces
mis fuerzas desfallecieron.
Tres veces, Señor, mis sienes
sudaron chorros de hielo

9.- Pasa Cristo el Viernes Santo.

Recordándonos el misterio del dolor, del sufrimiento, de la muerte. Ese dolor, ese sufrimiento y esa muerte que ningún hombre desea, de los que nadie quiere saber, pero que están ahí, y ante los que un Agustín Millares Sall, como tantos otros, no sabe qué decir:

Muriendo me viví 
Sin sabor 
Frío sin compasión 
Sin saber qué decir
Ante el dolor
O la muerte que no eran para mí.

Es hermosa la celebración del Viernes Santo: Escueta, desnuda, honda. Llamativa la presentación de la cruz para la adoración de los fieles:

«Mirad el árbol de la cruz
donde estuvo clavada
la salvación del mundo.
Venid a adorarlo.»

Y emotiva es, entre otras procesiones, en la madrugada del Viernes Santo, la procesión con la imagen venerable del Santísimo Cristo de La Laguna repartiendo amor y mendigando amor de todos y cada uno de los laguneros.

Un excelente poeta, Manuel Verdugo, que escogió nuestra ciudad para vivir y morir, lo cantó con emoción contenida:

Procesión de madrugada...
¡Cómo brillan los luceros
que los ángeles encienden
por el Cristo lagunero!
Procesión de madrugada...
¡Con qué fervor y silencio
va la gente tras la efigie
del clavado Nazareno
entre filas de alumbrantes
que avanzan a paso lento!
No hay repiques ni cohetes;
no hay ni murmullos de rezos...
Cuando el Mártir, moribundo
en el sagrado madero,
pasa cual sacro fantasma
entrambos brazos abiertos,
hasta calla, en homenaje,
el tenue rumor del viento;
tan sólo de los tambores
suena el redoble severo,
y acaso una marcha fúnebre
despierta dormidos ecos
que el suave ambiente saturan
de congoja y de misterio...
Procesión de madrugada:
¡Cómo brillan los luceros
que los ángeles encienden
por el Cristo lagunero!

10.- Pasa el Señor en la luz gloriosa de su resurrección.

En ninguna otra celebración del Año Litúrgico parece descubrirse esta presencia con tanta fuerza como en la solemne Vigilia Pascual del Domingo de Resurrección.

Todo parece nuevo esa noche santa: la Liturgia de la Luz con el poético y hondamente bíblico y teológico pregón pascual; el amplio y variado espacio de la Liturgia de la Palabra; la Liturgia del Bautismo, con bautizo incluido y, en todo caso con la renovación de la profesión de fe y de las promesas del Bautismo por parte de todos los participantes; la Liturgia de la Eucaristía con el gozo de saber -y experimentar- a Cristo vivo... todo hace sentir esa noche como la noche central de todas las celebraciones de la Iglesia.

En el fulgor del mediodía
y en el nocturno parpadeo.
En el aire y la tierra,
en el agua y el fuego.
Por todos lados me acompañas,
en todos sitios -ya- Te encuentro.
Alientas mis trabajos,
vigilas mis paseos.
Te sientas a mi mesa
y custodias mis sueños.
Por todas partes -ya-
Te veo.
En todos sitios -ya-
Te encuentro.

Impresiona participar desde dentro en ella, aunque sea de forma humilde en cualquier sencillo templo parroquial. Impresiona el canto del Aleluya. Impresiona escuchar en el pregón pascual afirmaciones tan substanciales, tan decisivas, tan esperanzadoras por verdaderas como éstas:

Ésta es la noche
En el fulgor del mediodía
y en el nocturno parpadeo.
En el aire y la tierra,
en el agua y el fuego.
Por todos lados me acompañas,
en todos sitios -ya- Te encuentro.
Alientas mis trabajos,
vigilas mis paseos.
Te sientas a mi mesa
y custodias mis sueños.
Por todas partes -ya-
 Te veo.
En todos sitios -ya-
 Te encuentro.

****
en la que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.
Ésta es la noche en que,
rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

Es una noche hermosa. Desde esa noche santa sabe la Iglesia que Cristo ha resucitado, vencedor del pecado, vencedor de la muerte. Y que, en su gloriosa humanidad, se ha encendido ya un lucero en la noche de la historia, que

brilla sereno para el linaje humano
 y vive y reina glorioso
 por los siglos de los siglos.

Es ahí donde tienen su pleno sentido las palabras del Papa para este Año, dedicado a Jesucristo, camino del Jubileo del año 2.000: «Jesucristo, único salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». Desde esa noche santa, o, mejor, desde esas primeras horas del Domingo de Resurrección, sabe la Iglesia que Cristo está presente ya para siempre entre nosotros. Ofreciendo esperanza, resurrección, vida eterna. Lo que ningún otro puede ofrecer. Pues «no se nos ha dado otro nombre en el que el hombre pueda encontrar su salvación» (Hch 4,12). De hecho, esa mañana luminosa de la resurrección, en el primer templo de la isla, en la parroquia matriz de la Concepción de Ntra. Señora, que este año celebra también los cinco siglos de su nacimiento, esa mañana, como en algunos otros templos de la diócesis, se hace una procesión no ya con imagen alguna, sino con el Santísimo Sacramento, con el Señor vivo en el pan vivo de la Eucaristía. Desde esa mañana, sabe la Iglesia que el Señor estará siempre vivo ya con nosotros, hasta el fin del mundo. Y sabe la Iglesia que, aunque muchas veces parezca esconderse, como se oculta tras la niebla con tanta frecuencia el Teide, en todas partes ya puede encontrarse uno con Él.

Hay, a este respecto, un poema, uno más, de Emeterio Gutiérrez Albelo, que describe bien esta experiencia de poder encontrar a Cristo ya en todas partes, incluso en los momentos y en las cosas más impensables:

En todas partes
-yaTe encuentro.
Por todos lados
-yaTe veo.
En la paz del hogar
y en el combate callejero.
En la alegría de los niños
y en la tristeza de los viejos.
Por todas partes -ya- Te busco.
En todos sitios -ya- Te encuentro.
En el urbano
estrépito
y el campestre
silencio.
En los rosales
opulentos
y en los cardones
esqueléticos.


11.- Pasa el Señor en las procesiones...

En ese desfile de imágenes bellas, artísticas, devotas, a través de las cuales se va revelando el Señor, nos va hablando el Señor, nos va llamando el Señor. Las procesiones cristianas, bien planteadas y bien desarrolladas, como prolongación del misterio que celebramos litúrgicamente, pueden ser y deben ser anuncio de Cristo, catequesis sobre Cristo, pedagogía hacia Cristo. Podrán ser miradas con ojos puramente humanos, de antropólogo, de historiador, de esteta, de artista, pero pueden ser miradas también con ojos de fe, ojos que penetran en el misterio escondido, ojos que nos hacen ver a Cristo vivo recordándonos su amor y ofreciéndonos a todos su luz, su consuelo, su perdón, su salvación.

¡Cuánto bien puede hacer el Señor a través de una buena procesión! ¡Cuánto bien a través de tantas imágenes hermosas y evocadoras si van siendo llevadas por cofrades humildes, recogidos, orantes, fervorosos!

Por cofrades que salen a confesar la fe y anunciar la fe, a expresar su fe y a comprometerse con su fe, la fe de la Iglesia, de la que cada cofradía es -debe ser- una rama viva, frondosa, fecunda. Todo, también las procesiones de Semana Santa, con la adecuada participación de los cofrades, debe hablarnos de Cristo y conducirnos a Cristo, a Cristo que pasa por las calles y plazas de la ciudad buscando, quizá, a quienes no vienen al templo pero desean encontrarlo y lo necesitan.

12.- Pasa Cristo en los pobres.

Porque hay otro lugar donde, también estos días, pasa Cristo. Y es un lugar que no podemos ignorar y que no podemos olvidar. Ese lugar es el hombre. Todo hombre. Pero especialmente el pobre, el que sufre, el necesitado. Son estos pasos vivos: los enfermos, los parados, los ancianos, los transeúntes, los marginados... También en ellos nos sale al encuentro el Señor. Si descubrimos al Señor, no podremos separarlo del prójimo. Si no sabemos descubrirlo en el prójimo, es que no hemos descubierto al Señor. Y cuando les anuncio la Pascua, el paso del Señor, bueno es tener en cuenta estos pasos vivos, pasos que no sólo pasan ante nosotros estos días sino que están ante nosotros todo el año y donde el Señor nos espera para encontrar se con nosotros: los hombres todos, especialmente los pobres que sufren, los
marginados: «Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36).

13.- Pasa el Señor en las celebraciones litúrgicas, en las procesiones, en los pobres y necesitados.

Pasa el Señor vivo, resucitado, glorioso. En este quinto Centenario del nacimiento de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna y del anuncio del Evangelio en estas tierras.

Suenan bien aquí las palabras con las que el Papa, en su mensaje con ocasión de la apertura del Centenario de la ciudad, nos invitaba a los laguneros a acoger la perenne novedad del Evangelio

 - con una fe sólida 

- con una caridad intensa 

- y con una recia fidelidad a las raíces cristianas de la Ciudad.

- de modo que el mensaje evangélico siga siempre vivo en sus habitantes y sea anunciado continuamente a todos 

- y demos auténtico testimonio de vida cristiana como constructores de paz, justicia y fraternidad.

14.- Pasa el Señor...

Ojalá se le abra siempre espacio en esta ciudad, en el casco urbano y en cada barrio. Ojalá la Iglesia y la Ciudad sigan creciendo siempre simultáneamente, también en las nuevas urbanizaciones tan necesitadas de equipamiento social y religioso. Ojalá nunca ningún rincón de la ciudad quede privado de la presencia visible y palpable del Señor, de la presencia de su Iglesia, de la presencia de su gracia ofrecida a través de la predicación de su palabra, las celebraciones sacramentales, el pastoreo sacerdotal.

Pasa el Señor... Para darnos vida, limpiar nuestra suciedad y curar nuestras heridas, para darnos a beber el agua fresca y cristalina de su Espíritu y regenerarnos con una vida nueva.

15.- Pasa el Señor... Se lo anuncio.

Ojalá nadie quede indiferente.

Ojalá, aunque no sea más que por curiosidad, como Zaqueo, nos subamos, al menos, no ya a un sicómoro para verlo pasar, sino a la acera de una calle o a un balcón y cada uno sepamos escuchar de labios de Cristo esa invitación personal que a cada uno nos dirige: «Zaqueo baja, ven, que hoy quiero hospedarme en tu casa» (Lc 19,1 y ss).

Ojalá seamos muchos los que, como a los discípulos de Emaús, se nos abran los ojos y sepamos encontrarlo en la fracción del pan y en las celebraciones litúrgicas (Cf. Lc 24, 13-31).

Ojalá acertemos a encontrarlo en el prójimo, en el vecino, en el pobre y necesitado.

Ojalá tengamos todos la gracia de vivir estos días un encuentro con el Señor.

Con unos versos del Padre Anchieta, invito a los laguneros y a cuantos me oigan en cualquier lugar donde estén, a estar atentos estos días al Señor que pasa y a dejarle entrar en el corazón:

Venid a suspirar con Jesú amado,
los que queréis gozar de sus amores,
pues muere por dar vida a pecadores.
Tendido está en la cruz, corriendo sangre,
sus santas llagas hechas limpios baños,
con que se da remedio a nuestros daños.
Venid, que el buen pastor ya dio su vida,
con que libró de muerte su ganado,
y dale de beber a su costado.

Venid, que el buen pastor ya dio su vida, con que libró de muerte su ganado y, ahora, victorioso, glorioso y resucitado, danos de beber a su costado.

Les anuncio la Pascua del Quinto Centenario. La Pascua del Año Jubilar. La Pascua del camino sinodal.

¡Pasa el Señor!

¡Feliz Pascua 1997!

Mons. Felipe Fernández García