«...ninguno sabe de cierto su principio, ni venida
a ellas, no lo saben personas muy ancianas [...]
Aunque todos convienen en una cosa, que su
venida a esta isla de Tenerife fue milagrosa...».

Fray Luis de Quirós:
Milagros del Stmo. Cristo de La Laguna (1612). 1988, p. 232.

Múltiples y diversos son los mitos todavía presentes en la historia de las Islas Canarias. A nivel general, en unos casos están relacionados con el mismo Archipiélago, el mito de la Atlántida o de las Islas Afortunadas, en otros con sus primeros pobladores, los habitantes prehispánicos, o con el período de la conquista castellana. Desde el punto de vista insular, un puesto excepcional lo ocupa el mito sobre la “aparición” de la Virgen de Candelaria y su acogida y culto por los guanches. En una vertiente local, la de La Laguna, algunos ejemplos que aún perviven entre gran parte de sus ciudadanos son la explicación del desvío de la calle de la Carrera al desembocar en la plaza del Adelantado, los prodigios protagonizados por figuras como fray Juan de Jesús o Sor María de Jesús... Aunque el paradigma en este sentido es, sin duda, el Cristo lagunero. Desde esta perspectiva, en las líneas siguientes se abordarán las tradiciones creadas alrededor de la llegada de esta efigie a la localidad, consideradas mitos del origen, puesto que reconstruyen lo referido precisamente a su origen y venida.

De modo previo al inicio de este acercamiento cabría dirigir la atención hacia dos cuestiones. Primera, la necesidad de un análisis profundo y de entidad sobre los mitos del origen del Cristo, que ya fuera iniciado por el historiador B. Bonnet y Reverón en El Santísimo Cristo de La Laguna y su culto (1952). Este análisis es preciso porque la nueva interpretación a la luz de los últimos conocimientos históricos sobre el crucificado, la ciudad y el Archipiélago permiten poner de relieve consideraciones inéditas, que habría que contrastar con las recientes investigaciones dedicadas a aclarar el origen del Cristo a través de sus características artísticas. La segunda cuestión atañe a la dimensión histórica de las obras en las que se encuentran recogidas los mitos del origen, debido a que cada una de tradiciones que refieren nacen en un tiempo y espacios concretos, es decir, en un contexto histórico determinado, donde no siempre se funciona con unas categorías semejantes a las de nuestros días.

LA CONSTRUCCIÓN DE LOS MITOS DEL ORIGEN

La redacción fundacional de los mitos del origen acerca del Cristo de La Laguna corresponde a los frailes Alonso de Espinosa y Luis de Quirós, por cuanto establecen el relato mítico básico que posteriormente, en mayor o menor medida, ha sido reelaborado en función de la época en que vivían los autores encargados de la “nueva” redacción de los mitos. Antes de analizar la labor de los religiosos, sintetizemos en dos ideas las directrices del período en el que se publican sus trabajos, finales del siglo XVI e inicios del XVII.

La primera, de carácter general. El influjo en toda la Europa católica de la Contrarreforma en contra del protestantismo luterano, que supone desplegar una estrategia dirigida a incrementar la utilización de aquellos recursos que potenciasen la evangelización y el mantenimiento de los fieles bajo la ortodoxia católica. En nuestro tema, interesa apuntar cómo este influjo se traduce en la divulgación de obras escritas y de representaciones artísticas de índole religiosa. En ambos casos se advierte una intención didáctica sobre una población mayoritariamente analfabeta. El resultado es, a grandes rasgos, la intensificación de lo milagroso, del sentimiento, de lo extraordinario, de la creencia de la intervención divina en la vida de las personas y de las comunidades... Se convierten, pues, en principios propios del modo de pensar del momento y, por lo tanto, son empleados para explicar la realidad cotidiana.

Y la segunda, de dimensión particular, la del Archipiélago, donde en este mismo período el proceso anterior se conecta con otro. El establecimiento de las bases ideológicas de la sociedad canaria, que apenas cuenta cien años de existencia y en la que se observan claros intentos por fijar su historia, las reglas de funcionamiento de su estructura social, su pensamiento y modelo económico, así como sus manifestaciones culturales propias y devociones religiosas.

Analicemos ahora sintéticamente la contribución de los dos frailes. El dominico fray Alonso de Espinosa publica en 1594 Del origen y milagros de la Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria, uno de los primeros textos sobre la historia de Canarias y la principal definición del mito del origen de la Virgen de Candelaria, que con alteraciones ha pasado a formar parte de la mentalidad de los canarios. En lo que se refiere al Cristo de La Laguna el mito que proporciona procede del testimonio que oralmente le transmite, el 2 de noviembre de 1590, fray Bartolomé de Casanova, provincial de los franciscanos en las Islas. Se trata de un relato que es considerado, salvo por L. de Quirós y J. Núñez de la Peña, el más real hasta comienzos del siglo XX.

El mito que Espinosa dice escuchar de B. de Casanova es el siguiente. El Adelantado, Alonso Fernández de Lugo y Juan Benítez, acabada la conquista del Archipiélago, se trasladan a la Península para participar en las campañas militares en territorio francés. A su retorno pasan por Barcelona con objeto de buscar dinero para proseguir el viaje. Tan sólo un desconocido, que Lugo identificó luego con el Arcángel San Miguel, se lo ofreció. En ese tiempo, arriba a Barcelona una nao veneciana, que trae crucifijos procedentes del Cairo y Tierra Santa. Así, el Cristo de La Laguna es adquirido al mercader veneciano, aunque antes se produce el milagro del aumento del dinero que portaba J. Benítez para comprarlo. Creía éste que llevaba menor cantidad y, sin embargo, le paga al mercader los setenta ducados justos que concertaron. Una vez comprado el crucificado, tras pasar por Cádiz, llega al convento de San Francisco de La Laguna.

Conviene destacar que A. de Espinosa narra este mito del origen con la manifiesta intención de deslucir todo aquello que rodea a la imagen. La explicación a esto todavía no está del todo clara. Una de las claves a evaluar, sin entrar en profundidad, podría localizarse en el conflicto suscitado en 1587 entre dos grupos, los descendientes de los guanches y de los conquistadores (representados estos últimos en los miembros del antiguo Cabildo), en relación al porteo de la Virgen de Candelaria. Este conflicto revela una división de sus intereses y un incremento del culto y devoción al Cristo, paralelo a la resolución a favor del primer grupo del pleito judicial que se generó.

Ese tono particularmente crítico de Espinosa hacia el Cristo de La Laguna parece que se concreta en querer reducir la influencia de la imagen sobre la colectividad, algo que es de suma importancia teniendo en cuenta lo esbozado en el párrafo anterior y la época en la que escribe. La maniobra del fraile se resume en los siguientes puntos. Primero, cuestiona que hayan sido ángeles quienes ejecutan el crucificado. Segundo, clarifica los orígenes de su venida, que a su juicio tienen poco de maravillosos. Tercero, considera herejía algunas de las opiniones que circulan sobre ella, como que le crecen el pelo y las uñas y que le falta un diente. Y, cuarto, pone en duda su poder milagroso, dado que no tiene noticia fidedigna de que haya realizado suceso extraordinario alguno.

La respuesta del franciscano fray Luis de Quirós en Breve sumario de los milagros que el Santo Crucifijo de San Miguel de las Victorias de la ciudad de La Laguna de la Isla de Tenerife, ha obrado (1612) será contundente. Si bien previamente se establecerán las singularidades que la convierten en una obra clave para el estudio del Cristo y, en concreto, de los mitos del origen.

Verdadero creador de toda la tradición milagrosa, fija tres mitos. El primero es la reproducción casi exacta del que A. de Espinosa toma de B. de Casanova. El segundo presenta grandes similitudes. Al puerto de Santa Cruz llega un navío que dice provenir de Venecia y que trae un crucifijo muy devoto. Informado el Adelantado, que tenía grandes deseos de contar con una imagen de estas características, envía a algunos conquistadores para que la compren. La cantidad convenida es de setenta ducados de los que se pagarían primero treinta y el resto tras la llegada de la efigie a La Laguna. Pero, milagrosamente, el dinero se multiplica y se convierte en los setenta ducados. El crucificado es subido a la ciudad, donde el Adelantado queda admirado por lo sucedido. El navío desaparecerá misteriosamente, al tiempo que en un oratorio de ramos y de palmas del primitivo convento de San Francisco se inicia el culto y devoción.

El tercer mito presenta también semejanzas con los precedentes. Se lo revelan entre otros, Pero López de la Candelaria, fiel adorador de la Virgen de Candelaria y del Cristo de La Laguna. Afirma Pero López que oyó decir a sus padres y abuelos que el Adelantado y los conquistadores más principales prometieron traer a la isla un crucificado de buena factura. Esta responsabilidad se deposita en un hombre. Aunque antes de embarcar en el puerto de Santa Cruz se encontró con dos individuos que sabían de su misión, y que le dicen que no hacía falta que viajara tan lejos para conseguir lo que quería, pues ellos traían un crucifijo devoto. Se lo entregaron en el puerto y lo llevó a La Laguna donde gustó al Adelantado y a los conquistadores. Sin embargo, al ir a pagarse la efigie los dos individuos habían desaparecido. Se pensó entonces «y todos lo creen piadosamente» que eran ángeles «y ser este negocio del cielo».

El franciscano mantiene que este último es el mito más creíble, con lo que consigue su propósito de que el Cristo no sólo tenga una procedencia incierta, sino dejar entrever que fuera labrado por ángeles. De este modo, Quirós se opone frontalmente a lo que transmite el mito de A. de Espinosa. Pero, es que además lo va a desmontar y a deslegitimar. Esta empresa la acomete de dos formas. La primera, la crítica explícita, que se compone de tres pasos. Primero, deposita sobre Espinosa toda la culpabilidad en la transmisión errónea del mito. Segundo, en los tiempos de Quirós la supuesta información que B. de Casanova hizo ante escribanos públicos (donde exponía el mito que narró a Espinosa) no se encuentra, ni nadie puede confirmar su existencia. Y, por último, el franciscano dice interrogar a más de ochenta personas de avanzada edad y de diversa condición social que contradicen al dominico. La segunda forma, la estructuración general de su alegato, se divide en dos. Primero, la organización de los mitos del origen del más falso al más cierto (recuérdese que el de Espinosa es el inicial). Y segundo, el modo de colocación de los capítulos; más concretamente. El capítulo sobre los mitos (el IX) lo antecede de otro, donde relata milagros y mitos parecidos, que están además relacionados con crucificados de la Península, y en el capítulo que sigue al IX, inicia la extensa relación de los milagros obra del Cristo.
Aparte de demostrar la invalidez de su mito, Quirós acusa al dominico de contravenir los designios divinos al querer situar exclusivamente a la Virgen de Candelaria como la única de origen mítico y poder milagroso, negando ese privilegio al Cristo:

«...y que tiene [Espinosa] por cosa averiguada, que la santa imagen de Candelaria fue por ministerio de los ángeles a esta isla traida, y por sus manos labrada, que son todas palabras suyas. Y no entiendo yo, porque quiere atar las manos a Dios, para que no haya hecho lo mismo por la imagen tan devota y milagrosa de su unigénito Hijo [el Cristo de La Laguna], habiendo tanto fundamento para persuadirnos a ello»1.

En 1607, estando el franciscano en Tenerife, se institucionalizan las fiestas del Stmo. Cristo. En 1609 el crucificado es declarado imagen santa y milagrosa. A lo que sigue la publicación en 1612 de la obra de L. de Quirós. Por tanto, éste logra su triple objetivo: contrarrestar la tradición de Espinosa, fijar un mito del origen de carácter positivo (favorable) y, por último, confirmar definitivamente, a nivel oficial y jurídico, la devoción de la que es objeto el Cristo, así como su sobresaliente poder milagroso.

Los mitos del origen de Espinosa y Quirós conocerán escasas modificaciones en cuanto a su estructura global. Su contenido sí se reinterpreta en base a las directrices marcadas por la época en la que trabajan los que proceden a la “nueva” redacción. Los casos más significativos son J. Núñez de la Peña, T. Marín de Cubas, J. de Viera y Clavijo y J. Rodríguez Moure.

Gracias a la conservación de un manuscrito2 preparatorio de Conquista y Antigüedades de las Islas de la Gran Canaria y su descripción (1676), fechado en 1669, sabemos que la atención que Núñez de la Peña iba a prestar al Cristo de La Laguna era distinta, pues contiene diferencias sustanciales con respecto a la versión definitiva de 1676. La primera y más notable es que el historiador lagunero dentro del libro tercero, le dedicaba dos capítulos exclusivos. En uno aborda los mitos del origen y en el siguiente algunos de sus milagros. Sin embargo, tanto en la versión de 1669 como en la de 1676, Núñez de la Peña participa de las tesis defendidas por L. de Quirós: acepta su mito como el más verosímil y rechaza el que Espinosa recibe de Casanova. La aportación del lagunero en este punto es nula. De hecho, en la obra final sigue exactamente el orden expositivo del franciscano, aunque suprime el espacio dedicado a los milagros y escribe sólo acerca de los mitos y de las misteriosas letras pintadas en el perizonium (el paño de pureza). La similitud del texto de Núñez de la Peña con el de Quirós y Espinosa (copiando numerosos pasajes del libro de éste) revela, por consiguiente, una continuidad en la visión de la realidad como resultado de la intervención divina, de lo maravilloso... En definitiva, de un notable predominio de lo milagroso sobre la razón.

El teldense Tomás Arias Marín de Cubas en Historia de las siete islas de Canaria (1687) refiere dos posibles teorías de la venida del Cristo. La primera es una apretada síntesis del relato de A. de Espinosa. La segunda sostiene:
«...otros quieren que el duque de Medina [Sidonia] la invio a Thenerife a los padres franciscanos desde San Lucar [de Barrameda] onde estubo en la hermita de la Vera Cruz, traida del Santo monte Sion primero»3.

Esta teoría posee una gran relevancia debido a que es la que se ha impuesto desde los años cincuenta del siglo XX hasta prácticamente la actualidad, gracias a la referida investigación de Bonnet y Reverón. A pesar de que Marín de Cubas no cita su fuente de información, Bonnet valiéndose de criterios artísticos, concretamente, de la atribución del Cristo de La Laguna al gótico sevillano (hoy discutida por su procedencia flamenca), y de la relación entre el duque de Medina Sidonia y el Adelantado, acepta como verdadero lo expuesto por el teldense, pero sin un apoyo documental sólido.

En el caso de José de Viera y Clavijo es posible invertir lo apuntado para Núñez de la Peña. Ahora existe una preponderancia de la razón sobre lo milagroso, maravilloso y sobrenatural. Este cambio resulta de la recepción por parte de Viera y Clavijo de las ideas emanadas de la Ilustración. Si bien, además de actuar como receptor, a través de sus Noticias de la Historia General de las Islas de Canaria (1776), ejerce como difusor de los principios ilustrados. No sorprende entonces que no sólo siga el mito del origen que le merece mayor credibilidad, el recogido por Espinosa, sino que, también, proceda a una triple actuación, reveladora del “cambio” de mentalidad experimentado dentro de parte de la elite canaria. Primero, envía la referencia al origen del Cristo a un lugar secundario (una nota a pie de página). Segundo, reduce sensiblemente todo aquello que alude a un milagro en su adquisición, dejando claro que esa obtención milagrosa la defienden los autores consultados. Y, tercero, además de limitar la referencia milagrosa, dota al mito de un mayor contenido histórico, por medio de la introducción de nuevas fechas y personajes reales, para reforzar su verosimilitud4.

El folleto del clérigo J. Rodríguez Moure, Datos históricos y novena del Ssmo. Cristo de La Laguna (1906), supone un retorno al mito del origen de corte milagroso. Pese a la reducida extensión de su trabajo, su labor de reinterpretación es de hondo calado, como también hace en el libro Historia de la devoción del pueblo canario a Nuestra Señora de Candelaria (1913). Es, por tanto, el último gran ideólogo en cuanto a la reinvención de la historia de las principales devociones tinerfeñas. En el caso del Cristo su aportación es doble. La redefinición, en primer lugar, del mito que considera versión oficial, el tomado por Espinosa; el resto de los mitos son simples deformaciones hechas por las clases populares entre finales del siglo XVI y principios del XVII. Ahora bien, Rodríguez Moure inventa que la adquisición del crucificado era el objetivo casi exclusivo perseguido por el Adelantado en su viaje a la Península, algo que no dicen ni Espinosa, ni Quirós. Para lograr este cambio del mito del origen el clérigo reconstruye su orden y contenido. El navío veneciano aparece ahora desde el comienzo, ocupando un lugar esencial en todo el proceso de obtención de la efigie. De esta manera el lector deduce que la compra del Cristo era algo verdaderamente ansiado por el Adelantado y los conquistadores y no producto de una “casualidad”. Esta alteración del mito se acompaña de una mayor intensidad dramática, frente a los relatos de siglos anteriores:

«Alegre Juan Benítez con este socorro inesperado, al punto tomó sin contar, algunos dineros y corrió á comprar la imagen, temeroso de que la vendieran á otro. Llegó y como no la hubiera aún enagenado el mercader, comenzó á tratarla»5.

Y segunda aportación. Rodríguez Moure pone por escrito el último mito del origen del que se tiene noticia. Producto de la tradición oral de los «sencillos campesinos», la venida sucede a raíz del abandono de una gran caja en una noche de tempestad frente a la portería del convento de San Francisco. Los religiosos al responder a una llamada anónima sólo encuentran la caja, que a través de sus resquicios emitía resplandores. Una vez abierta encontraron el crucificado.

En síntesis. Hemos conocido cómo los mitos del origen sobre el Cristo de La Laguna se crean en unas circunstancias específicas ligadas, en lo general, a la influencia de la Contrarreforma y, en lo particular, a las primeras formulaciones sobre los principios rectores de la sociedad isleña. Una vez fijados esos mitos fundacionales, en los siglos posteriores diversos autores procederán a su reinterpretación para servir como construcciones idealizadas que su sociedad concreta hace de su propio pasado en un contexto histórico determinado.

Publicado en el suplemento La Prensa de El Día, septiembre de 1999.