El origen de las fiestas del Cris­to es muy anterior a la fun dación de la Esclavitud el año 1659. Según el histo­riador Núñez de la Peña parece que todos los años los religiosos del conven­to de SanTrancisco invi­taban a un caballero no­table y de arraigo en la Is­la para que organizase e hiciese la fiesta, o sea los regocijos populares. Acep­tar este encargo era señalado honor, como lo era el ser designado para tal objeto, y por eso el nom­brado en cada año procuraba quedar mejor que su antecesor, preparando comedias, saraos, torneos, libreas, toros, sortijas, etc.; y como recuerdo de su actuación regalaba al Cristo valiosos objetos de plata.

Al personaje elegido lo llamaban ‹proveedor de la fiesta». En la cruz de plata del Cristo, que sus­tituyó a la de madera en que vino la Imagen, hay la siguiente inscripción, ‹El Maestre de campo de
la Gente de guerra del beneficio de Taoro de nor­te a sur, Francisco Baptista Pereira de Lugo, Regi­dor de esta Isla y Señor de las Islas de la Gomera y el Hierro, hizo servicio al Ssmo. Xpo. desta cruz y clavos de plata, Año 1630, siendo proveedor de su santa fiesta».

La designación de un caballero que organi­zase la fiesta era independiente de la cantidad de 50 ducados que daba el Cabildo desde el año 1608. Afirma Núñez de la Peña, en nota marginal inserta en las Ordenanzas, que al fundarse la Esclavitud dejó el Cabildo de hacerla, y esto no parece cierto, pues continuó sufragando la corta cantidad a que se obligó desde el principio. En la visita a los pro­pios del Cabildo por el Regente de la Audiencia de Canarias D. Tomás Pinto Miguel en el año 1746, aparecía como gasto fijo de la fiesta  del Santísimo Cristo de La Laguna la suma de 222 reales, y esto demuestra que persistió el modesto donativo, a pesar de creada la Esclavitud.

Lo que verdaderamente ocurrió fué que cesó la elección de caballero encargado por los frailes de organizar la fiesta, al ser creada en 1659 la Venerable Esclavitud, nom-brándose entonces al Esclavo mayor y a dos Esclavos, llamados Diputa-dos, encargados de confeccionar los festejos, «que hasta ahora—dice Núñez de la Peña—las han hecho muy costosas, de comedias, fuegos, saraos, torneos; que el regocijo dura ocho días, a costa de los tres nombrados».

En la edición del año   1676 escribe el cronista: «Está situada en esta igle-sia del convento de San Miguel de las Victorias una Esclavitud de treinta y tres personas nobles y ricas, que pueden suplir el costo de las fiestas que se hacen el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Cruz, por espacio de ocho días, en que se gastan muchos ducados én fuegos, comedias, libreas y otros festejos.»

Realmente el gasto era excesivo. Ya desde los comienzos de la Esclavitud, en 1668, o sea antes que Núñez de la Peña escribiese lo copiado anteriormente, se invertían en los festejos más de mil pesos. El 7 de septiembre del año ya citado, se acordó, en consideración de que el Capitán Dot Francisco Tomás de Franchi Alfaro «había ofrecido mil pesos de a ocho reales por no haber podido hacer las fiestas el año pasado que fué Esclavo Mayor, por haber estado ausente de la Isla, las hiciese este año de sesenta y nueve, y habiéndolo entendido así el dicho Capitán Don Francisco Tomás, vino en hacer dichas fiestas, y en esta conformidad fué electo segunda vez Esclavo Mayor...,

Siguiendo la costumbre establecida por los caballeros que designaban los frailes en un principio para organizar los festivales, de regalar un objeto de plata para el culto del Señor, la Esclavitud le donaba una que adquiría con sus fondos y otro era presentado por el Esclavo Mayor de su peculio particular. Este sistema, que comenzaría por tradición, con el tiempo se convirtió en vanidad, formando así el enorme tesoro que poseía el Santísimo Cristo, y del que hablan con admiración los historiadores.

Sabemos que el Esclavo Mayor Don Mateo de Velasco dió toda le magnífica obra de plata del nicho del Santísimo Cristo en el año 1675, según reza la inscripción. En el año siguiente, Don Cristóbal de Alvarado Bracamónte, decía a su sobrino Don Alonso de Nava Grimón, segundo Marqués de Villanueva del Prado, en carta fechada en Madrid el 29 de septiembre de 1676, contestando a la de su deudo de 18 de agosto del mismo año: ‹Alégrome de que V. S. haya hecho este año la fiesta del Santo Cristo, por quien tengo mucha devoción, y ha sido mejor elección la de haber dado el frontal de plata, que meterse en el embolumio de comedias...» 

De esto parece deducirse que un donativo de alto precio relevaba al Esclavo Mayor de los festejos populares. De todas suertes, el frontal del altar del Cristo es verdaderamen-te magnífico, no sólo por la cantidad de plata empleada, sino, más aún, por el derroche de gusto en su trabajo, descollando en el centro los blasones del donante.

Como otros donativos importantes tenemos el del Marqués de Acialcázar, que en 13 de septiembre de 1715 regaló al Señor una grada de plata, la del medio de las tres que existían, que era la de delante de.1 altar mayor. En 21 de septiembre de 1789, octava del Cristo, el Marqués de Casa Hermosa le regaló dos candelabros de plata de a dos luces, cuyo peso era de catorce libras menos dos onzas. En 1806, o sea en los comienzos del siglo pasado, la Esclavitud adquirió una alfombra admirable que costó mil pesos.

Si espléndidos eran los festejos, grandiosos resultaban los donativos al Cristo y célebres los famosos refrescos de la Víspera, en que era proverbial el derroche de manjares y licores a costa del Esclavo Mayor, que invitaba no sólo a los compa-ñeros sino también a sus amistades. Pretendió restringirse este excesivo gasto, y en el acta de 13 de septiembre de 1739, dias antes de la fiesta de aquel año, se dispuso limitar (los refrescos de la víspera, que se han hecho con toda esplendidez y abundancia, y acordamos que en adelante los señores Esclavos Mayores en dicho refresco no excedan de una fuente de rosati y otra de anís, agua de nieve, bizcochos y chocolate, sin intervenir otras personas, y que todo el gasto en el año lo arreglen a lo acordado, de suerte que no haya exceso en los cien pesos fuertes más o menos...»

Pero la costumbre era costumbre y pronto se volvió a quebrantar el precepto restrictivo. Es más, se dió el caso, entonces inusitado, de que la Cofradía diera «las gracias a los Caballeros esclavos que acordaron costear el refresco, por haber faltado a este obsequio Don Diego Lercaro, que era el Esclavo Mayor»,, siendo presididos por el Coronel del Regimiento de Güímar Don Diego Antonio de Mesa y Ponte, por ser el Esclavo más antiguo.

Desde fines del siglo XVII se introdujo la costumbre de concurrir las damas de la alta sociedad a la plaza de San Francisco la noche de la Víspera cubiertas con graciosos rebosillos, por lo que se les designaba con el nombre de tapadas. Por regla general eran parientes de los Esclavos, distinguiéndose por su elegante porte, finas maneras y costosos trajes y joyas. Su objeto era ver sin ser conocidas y embromar, sirviéndoles de pretexto el pedir la feria para ocultar el rostro. Con el tiempo esta costumbre fué degenerando: las damas dejaron de concurrir, siendo sustituídas por otras de clases inferiores, obligando al Cabildo en septiembre de 1792 a publicar u bando prohibiendo las tapadas, que sin embarg continuaron hasta el año 1838 en que se extingui la costumbre. 

(Del libro del fallecido historiador «El Santísimo Cristo de La Laguna y su culto», que publica en este año la P. R. ylV. Esclavitud.)