Es un hecho indiscutible que esta hermosísima imagen tle Nuestro Señor Jesucristo Crucificado recibe culto en la isla de Tenerife desde los días del primer Adelantado, D. Alonso Fernández de Lugo, siendo casi desde su fundación el pricipal ornamento del que fué convento de franciscanos.

En 1612, el Padre Quirós publicaba un librito sobre el origen y milagros de esta Sagrada Efigie, y en él hacía una recopilación de las tres distintas tradiciones relativas a la manera como fué adquirida para esta isla; pero ya desde 1594 el padre Alonso de Espinosa, en el suyo sobre la Virgen de Candelaria, prevenía la opinión sensata, dando como ridículas y necias las opiniones que corrían en su tiempo de las gentes rudas e ignorantes, según las cuales, la imagen había sido traída por los ángeles, le crecían las uñas, le faltaba un diente para mejor representar a Cristo y otras supercherías por el estilo; admitiendo unicamente por cierta la de que se adquirió en Barcelona, según constaba de las informaciones judiciales que ante escrilbanos públicos había practicado en 1590 el provincial franciscano Fr. Bartolomé Casanova, es decir, cuando todavía vivían muchos de los hijos de los conquistadores, porque no había cien años que se había ganado la isla.


Pocas, muy pocas imágenes de nuestro adorable Redentor podrán como ésta sufrir impasible el examen crítico de arqueólogos y artistas. Aunque es indubitable, por ser hecho más que suficientemente probado, que tan hermosa efigie existe en Tenerife desde fines del siglo XV o principios del XVI, también lo es que la época de su ejecución se remonta a mayor antiguedad: pruébalo, entre otras cosas, el rústico mecanismo que el autor emplea para fijarle la diadema, pues bien a las claras da a entender no conocía el antiguo tornillo, o, por lo menos, que en su tiempo era utensilio costoso y de difícil ejecución. No es dato de menos aprecio para indicar su mucha antiguedad el no descubrirse en la cabeza de la Imagen señales de que se le pusieron potencias como a efigie de Jesús, costumbre casi constantemente observada desde hace algunos siglos; pero si no fuera bastante lo indicado, ni tampoco la rudimentaria labor de la grampa que sujeta el peso del cuerpo a la mitad de la espalda, el ennegrecido color de la pintura por el transcurso de varias centurias y los misteriosos letreros que recorren las fimbrias de los paños que le cubren la cintura y que han sido la desesperación de los que hasta aquí han tratado de interpretarlos, serán datos suficientes para que le adjudiquen en justicia tanta edad, por lo menos, como la que las sagradas letra dan al Patriarca Matusalén, pues en vista de los caracteres que presentan dichos letreros, no creo descaminada la opinión de los que fijan la época en el siglo XII o XIII.

Pero si hacemos comparación de esta Sagrada Efigie con las que en templos y museos se conservan de tan remota fecha prescindiendo de que sus proporciones son de tamaño natural -lo que no era de frecuente uso en la época citada-, dado lo bien ejecutada que relativamente está y la perfecta distribución de todas sus partes, bien podemos decir que en ella no tiene el artista más exigente nada que pedir.

Aunque los antiguos hicieron varias interpretaciones de los letreros que tiene esta imagen, según se ha, dicho, unas llevan en sí el sello de la pedantería a lo que presumo, y otras son piadosas, tales como las que hizo el venerable obispo Sr. Jiménez, cuyo original se conservaba hasta hace años en el archivo de la parroquia de la Concepción de esta ciudad, pero que, desgraciadamente, desapareció: éstas y sus similares siempre será respetadas por toda persona de juicio, máxime cuando al trabajo precede una confesión sincera. Lástima grande que hoy no se dieren a estudiar estos letreros a personas competentes, supuesto que los adelantos hechos en estos últimos tiempos en tales materias tanta luz han derramado en el campo de la historia.

A pesar de que considero inútil el decirlo, dado lo que ha corrido la especie, puesta en moda hace años, de dar origen inglés, escocés o irlandés a toda antiguedad religiosa que en las islas se conserva, algunos ignorantes han dicho que esta Sagrada efigie, como la de Nuestra Señora de los Remedios, fue traída a Tenerife cuando los horrores del cisma de Enrique VIII. Tan disparatada opinión no merece ni los honores de refutarla.

La fama de los milagros obrados en el santuario, lo hermoso de la escultura y la piedad y respeto que infunde con solo mirarla, fueron las causas de que, creciendo la devoción, en 6 de septiembre de 1659 se formara una distinguida Esclavitud de cofrades escogidos entre los sujetos que con más caudal contaran en el país y que a esta cualidad uniesen la de nobleza, ciencia o virtud: desde luego se refundió en la antigua cofradía que tenía el Cristo y de la que participaban todas las clases sociales; pero por la calidad de las personas que la formaron, bien pronto la Esclavitud alzose con la cera y el santo, como suele decirse, manejando todo lo concerniente a la Santa Imagen con omnímoda autoridad, cosa que se le toleraba por parte de los religiosos, porque entendían que la piedad y devoción era el móvil único que perseguía la respetable corporación. La opulencia de sus individuos y las subidas contribuciones que desde luego se impusieron, proporcionola no solo el poder dar un culto esplendoroso al Santísimo Cristo, sino también el fabricar salas cómodas para sus capítulos y hospedería para que en ellas morasen, durante las fiestas de la Exaltación, que siempre fueron las principales, los caballeros esclavos forasteros, sus criados y cabalgaduras, departamento que, salvado del incendio, sirvió a los frailes para refugiarse y guardar la vida conventual en el tiempo que duró la nueva obra.

Como se puede notar por los libros de cuentas, hubo época en que todos los años se estrenaban dos valiosos objetos para el culto: el uno costeábalo la Esclavitud con sus fondos y las limosnas ,que recogía y el otro donábalo el Esclavo Mayor, el cual, después de pagar de su bolsillo todos los gastos de las fiestas, así religiosas como profanas, solía dejar memoria de su jefatura con un recuerdo imperecedero: este sistema que, comenzado por devoción, llegó quizás a ser pura vanidad, en pocos años formó aquella riqueza colosal de que se hacen lenguas los historiadores, pues trono, retablo, gradas, varandas y blandones, todo estuvo forrado de chapa de plata, sin contar las lámparas, candelabros, faroles, vasos sagrados y riquísimos ornamentos.

Con arreglo a este lujoso boato era la ritualidad del culto. Había acuerdo para que la Imagen no se pudiese descubrir sin encender las catorce luces que tenían las pequeñas arañas que, la alumbraban en alto y las cuatro hachas en el plano del altar; que no se pudiese bajar de su nicho o camarín sino en brazos de sacerdotes revestidos de alba y estola cruzada, los cuales la colocarían en una de las dos cruces que tienen para el trono según la clase de la función, y que al salir de su templo para otro de la ciudad por causa pública, se exigiese antes formal compromiso de que no se le mermaría en nada su culto, etc., etc.. Todo lo cual viene a demostrar que esta Sagrada Efigie, desde los tiempos de la conquista, compartió con la de Nuestra Señora de Candelaria el fervor y la piedad de los tinerfeños.

No parecía probable que corporación de tantos blasones desapareciera; pero como toda obra humana obedece a la ley general, ésta nació, llegó a su apogeo, decayó y murió. Mas, como la historia es enseñanza, bueno será apuntar sobre este hecho algunas consideraciones: a la piedad y fervor primeros que tanto realce y esplendor dieron al culto del Santísimo Cristo de La Laguna, sucedió una época distinta (1), en la cual, gran parte de la nobleza que siempre fué su principal elemento, desistió del noble empeño que antes tuviera, por considerar "fuera de tono" el mostrarse sumisa y creyente. Los antiguos sencillos festejos de toros, cañas y comedias que se realizaban en la víspera, sustituyéronse por las máscaras y tapadas que, solas o en cuadrilla, recorrían por la noche la extensa plaza, a la que se le daba el nombre de "Patio del Cristo". Las mas honestas y comedidas, con su cháchara excitaban por lo menos la curiosidad de galanes y viejos verdes, sacándoles con donaire galas y adornos mujeriles que se vendían a subido precio en las tiendas que de estos géneros se improvisaban; otras, más libres y descolocadas, a más de limpiarles los bolsillos con los obsequios de que no se veían saciadas, eran el escándalo vivo que se paseaba por la plaza y tan pronto se declaraban vencidas como vencedoras. Añadíase a esto el que los señores Esclavos sólo asistían al acto religioso de las vísperas, después servíase un abundante y costoso refresco con que el Esclavo Mayor olbsequiaba a sus colegas, clero y amigos, y terminado aquél y entrada ya la noche, la sala-hospedería convertíase en salón de juego donde se desollaban unos a otros sin compasión, haciendo al fin unos el papel de señores y otros el de verdaderos y reales "esclavos". Con lo dicho, no causará, pues, extrañeza que una corporación que tanto desnaturalizó su origen, desapareciera para siempre.

La muerte de la Esclavitud y la extinción de los frailes llevó el culto de la Imagren a un extremo de decadencia tal que año hubo en que a grandes esfuerzos se le pudo hacer una modestísirna función religiosa; pero nombrado mayordomo del santuario, por el año 1855, el ex-conventual Fr. José Argibay, con el celo que le distinguió supo renovar la devoción que los habitantes de la ciudad siempre han tenido al Santísimo Cristo de La Laguna, y aventando las cenizas que cubrían el rescoldo del fuego santo, antes de su muerte pudo verlo ya convertido en hermosa llama, no logrando se restableciese la antigua Esclavitud por la revolución del 68.

Reinstalose dicha corporación con bases más anchas, populares y cristianas en 18 de marzo de 1873, dando en ella cabida a todos los fieles devotos de la Sagrada Efigie. Del esplendor a que esta nueva Esclavitud, con el concurso del pueblo, ha llevado las fiestas de su titular, créome excusado de describirlo puesto que los Periódicos y revistas les consagran anualmente artículos discretos y correctamente escritos. ¡Quiera Dios que el nuevo apogeo no sea causa de próxima decadencia, pues aunque no han llegado a reproducirse los desórdenes que a la sombra de la antigua se cometieron, vislumbrase cierta desmedida preferencia para la parte meramente profana, que no armoniza bien con lo reducido y mezquino de los cultos sagrados, fin primordial de esta institución!

Como en este capítulo va envuelta la historia del convento franciscano, justo parece haga mención de algunos de sus hijos más notables que cultivaron con esmero la doctrina escotista de su Doctor Sutil, tales como Fr. Andrés de Abreu, cronista de la Orden; Fr. Lorenzo Tapia; el P. Febles; el díscolo P. Guzmán; el elocuente Fr. Gregorio; el P. Palomo y el provincial Tejera, que pueden tomar puesto en la mas escrupulosa galería.

____________________
(1) A mediados del siglo XVIII y comienzos del XIX.