En la cumbre escarpada de una montaña inaccesible una flor se agita... sacudida por la tempestad del huracán. Una semilla, traída en alas del viento, ha caído sobre la roca y allí ha nacido. Ha pasado largas horas lanzando gritos de perfumes al huracán que pasa y no ha parado mientes en ella, y se ha muerto fría, triste, incolora, sin saber porqué tuvo que nacer.

¿Está así el hombre en el mundo? No. El hombre no es flor que nace sin saber la causa de su existencia, ni está en la Tierra aterido en la honda soledad de las casas que le rodean. No es luz esporádica sin fuego que la caliente, ni aliento que la fecunde. No es barquilla, colocada en el mar de este mundo sin timón que la dirija, ni norte que la ilumine.

Los hombres, siguiendo los impulsos de su naturaleza esencialmente sociable, unieron sus actividades para vivir en amistad, y así nacieron los pueblos... con su propia hidalguía, con su temperamento, su color, su raza. Así nació también, perdido en el mar de la historia, un pueblo que no tendría otra finalidad que hacer temblar el placer espiritual a otros pueblos, enviándoles el mensaje de púrpura de sus Cristos y el fulgor centellante de las lágrimas de sus Dolorosas. Este pueblo fue España, la hidalguía en el amor, el prototipo de la generosidad, la que ha marchado lentamente, majestuosamente, por el caos tenebroso de muchos pueblos, iluminándolos con sus reservas de inmortalidad... la que un día recogió la media luna otomana para colocarla como herradura del caballo de Santiago, gastada ya por tanto galopar en su tierra, ya como peana de sus Vírgenes, ya como viril para la sublime orfebrería de sus custodias. España; a la que'el cielo regaló veinte mundos, teniendo que improvisar en su diccionario un verbo para significar lo que iba a hacer e hizo: «Hispanizar», y que usó ese mismo verbo para hispanizar las Islas Canarias, que se incorporaron a la Madre Patria más por los lazos de la religión que por los de las armas.

Así nació también, perdido en el mar de la historia de las Islas, un pueblo que iba a servir de pedestal para un Cristo suyo, propio... porque no sería el del Calvario, ni el de la Buena Muerte, sino el «Cristo de La Laguna». Y esto no sólo por su configuración geográfica, donde abundarían las aguas, sino porque se llamaría San Cristóbal de La Laguna.

¡Cómo pesas,niño!, lw dijo el fornido gigante al niño que le había pedido vadear el rio de noche de tormenta. ¡Cómo pesas!... parece que llevo a hombros al mundo entero... no llevas al mundo, sino al autor del mundo... Entonces Tú eres el Cristo al que sirvo... ¡Bautízame! Y el niño tranquilizó las aguas y le impuso el nombre de Cristóforo, el que lleva a Cristo. Y así, llevando a Cristo sobre sus hombros, la ciudad fue el centro de la historia cultural y espiritual, con sus brazos clavados para abrazar, con sus pies clavados para esperar, con su frente inclinada para mirar, con sus labios jadeantes para besar. Una devoción que improvisó versos populares: «Al Cristo de La Laguna mis penas conté yo / sus labios no se movieron / y sin embargo me habló». «Si subes a La Laguna / entra en el Cristo a rezar / para que Dios te perdone / lo que me has hecho llorar». O esa otra ingenua, como canción de niños... «Dos cosas tiene mi tierra / que no las tiene ninguna / la Virgen de Candelaria / y el Cristo de La Laguna».

Cuando el Delegado Episcopal de la Junta de Hermandades de San Cristóbal de La Laguna, M. I. Sr. D. Pedro Juan García Hernández me honró invitándome para pronunciar el Pregón de Semana Santa, le indiqué que tenía que buscar libros de historia para hacer un trabajo concienzudo. Me convenció inmediatamente con una frase exacta: «Como usted es sacerdote, enfoque el pregón en su aspecto espiritual». «Y esto es lo que haré: Una glosa muy breve a cada uno de los pasos de la Procesión Magna del Viernes Santo.

Será un pregón sin pretensiones: sencillo, humilde, sin lirismos ni ditirambos, un pregón eclesiástico, porque así es lógico. Un pregón pronunciado por un sacerdote en un templo cargado de historia y de arte, custodiado celosamente por otro lagunero, el M.I. Sr. D. Vicente Cruz Gil, y sobre el tema de Semana Santa, necesariamente ha de ser religioso. Su aspecto histórico, cultural, literario, lírico, artístico y fervoroso ha sido ya expuesto por otros pregoneros, indiscutiblemente mejores que este de hoy. 

Hay mucha luz, aquí hacen falta sombras. Luz enla magnífica presentación del Delegado Episcopal de Hemandades, enmaravillosa polifonía de la Coral Polifónica del Casino de La Laguna, en la que desgrana el laureado Orfeón La Paz de La Laguna con su brillantez característica, en el esplendor de las imágenes. Hay que rodear los torrentes de luz con abundancia de sombras. Pondré yo las sombras para que brille la luz, porque no hay luz sin sombras.

El pregón, la puerta, de la Semana Mayor de San Cristóbal de La Laguna no es puerta de oro, ni de plata, ni de madera noble, ni siquiera de madera vulgar. Será solamente una sencilla cortina que vamos a descorrer. Es madrugada. En el fondo rutilante, en cruz de madera y no de plata, el Cristo de La Laguna. Como luminarias tenues las Dolorosas. En torno a la cruz un rótulo dorado de estrellas luminosas: ¡Cómo pesas, Cristo de La Laguna! 

1.— ENTRADA DE JESUS EN JERUSALEM de Rodríguez de la Oliva y Ezequiel de León. Santa Iglesia Catedral 

La Procesión Magna comienza, como la Liturgia de la Iglesia, con el triunfo de Cristo entre vítores y agitar de palmeras. Dos apóstoles le acompañan y los niños hebreos le arrojan flores. Los emperadores romanos entraban en la capital de su imperio en carrozas de oro, llevando uncidos a sus ruedas los cuerpos de los vencidos. El Dios de la Omnipotencia entra en Jerusalem sobre un jumento. Los emperadores desaparecieron porque la soberbia deslumbra, pero no ilumina. La humidad ilumina y no deslumbra y; por eso Cristo permanece sobre su humilde trono. 

2.— LA CENA Orbaran. Santa Iglesia Catedral 

La noche más cálida de amores de la Humanidad. Cristo preside la última cena pascual y se da en comida a sus apóstoles. Están todos: Pedro, al que le ha prometido las llaves de la Iglesia; Andrés, el de los panes y los peces; Santiago y Juan, los Hijos del Trueno, que dijeron al Señor:  «... podemos beber de tu cáliz...» ; Felipe, el quele guió inmediatamente;Bartolome, el primero en reconocerle como Hijo de Dios;Tomás, el que pecaría de incredulidad para seguirle con fe ardiente. Y también Mateo, un publicano, lo cual parece incocebible. Santiago el de Alfeo, Judas Tadeo, Simón y Judas Iscariote el que... los traidores no tienen historia. 

3.— EL SEÑOR DEL HUERTO De Luján Pérez. Monasterio de Santa Clara 

Comienza la Pasión. En el huerto de los olivos Cristo ora. Un constraste angustioso: Un angel consuela al Creador. Los tres apóstoles que gritaron, llenos de júbilo, en la cumbre del Tabor: «Qué bien estamos aquí...» ahora duermen. A nosotros nos gusta más el Cristo del Tabor que el del Huerto. Nos dormimos y hasta huimos. 

4.— LAGRIMAS DE SAN PEDRO De Fernando Estévez. Parroquia de la Concepció

En la sala alta del palacio de Caifás acaban de condenarle a muerte. Era lógico, pues el odio había vencido al amor. Lo que le dolía a Jesús era que en el patio, Pedro, el amor, también le estaba negando. Por miedo, siguió a Jesús de lejos, y a Cristo no se le puede seguir así, porque es luz y se puede perder en las encrucijadas de la vida. Hay que seguirle con todas sus consecuencias. Pasa Jesús por un claustro y «le miró», dice el Evangelio. En las bellísimas esculturas los ojos dulces y misericordiosos de Jesús se encuentran, en un concepto de amor, con los ojos llenos de lágrimas de arrepentimiento del discípulo mientras suplica, con las manos crispadas, el perdón. Ojos dulces de Jesús que nos miran y, a diferencia de Pedro, nosotros rehuimos para que no nos deslumbre. 

5.— LA DOLOROSA De Luján Pérez, a la que él llama «La Predilecta». Parroquia de la Concepción

En el desfile procesional figuran siete Dolorosas, sobre las que haremos al final un breve comentario, porque las palabras quitarán resplandor a sus bellezas. Ellas van sapilcando la procesiónmagna, como flores en un campo de dolor.

6.— EL SEÑOR DE LA COLUMNA Escultura genovesa. Santa Iglesia Catedral

La contemporización, el gran pecado moderno. Para no perder su cargo y no disgustar a los judíos, pronuncia el Procurador de Roma esta aberración: «Me habéis traído un hombre para que lo juzgue y no encuentro causa en él. Le mandaré azotar...». Este Cristo no tiene sus manos y pies atados, como era costumbre, para que las espaldas quedaran rígidas. Está de pie, soportando los flagelos de los ero-tismos desenfrenados, las infidelidades aireadas para que sirvan de ejemplo, las inmundicias que la televisión exhibe para cualquier edad, convirtiendo la libertad en libertinaje.

7.— NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS De Astorga. Santa Iglesia Catedral 

Otra vez en los brazos de la Madre sirviendo de descanso en nuestro angustioso caminar. 

8.— NUESTRO PADRE JESUS DE LA SENTENCIA Ezequiel de León. Monasterio de Santa Clara 

Allí está Jesús, como un manso cordero en medio de la jauría de lobos del Sanedrín. Bajó de su escaño el Sumo Sacerdote y le increpó: «...Te mando en el nombre de Dios que nos digas si tú eres el Hijo de Dios...». «...Tú lo has dicho...» «...Ha blasfemado. Reo es de muer-te...». Y en ese instante, los condenados a muerte quedamos en libertad. El trono de claveles sobre el que se levanta puede significar el perfume de nuestra alegría por ser libres... 

9.— ECCE HOMO Ezequiel de León. Santa Iglesia Catedral 

Fue una idea verdaderamente diabólica. Le coronaron como un rey de burlas. ¿Recordáis aquella anécdota del martes de carnaval que reproduce la escena? El demonio llevó a Cristo a la sala de baile, que era un burdel. Lo desnudaron. Lo bañaron con champán y con gruesas salivas limpiaron su rostro. Ellos y ellas le gritaban, entre la estridencia de la música: «¿Eres Rey? Demuéstralo.. El demonio le ordenó: «De rodillas. Adórame». Pero Cristo llevó al demonio fuera de la ciudad. Doce hombres fornidos se disciplinaban en un convento. Una monjita limpiaba excrementos de aquel viejecito que estaba solo porque se habían marchado todos al carnaval. Un grupo de jóvenes se hacían sordos a los que desde la calle les llamaban... Y Jesús dijo al demonio: «Lo tuyo es rodar y eso es fácil. Lo mío es ascender y eso es lo difícil. Soy el vencedor». 

10.— EL NAZARENO De la Casa Basilio de Valencia. Santa Iglesia Catedral

Condenado por el Sanedrín, ahora le condena el Imperio Romano. Por contemporizar, el Procurador pronuncia la sentencia mas inicua de la historia de la Humanidad. En el mismo instante que declara su inocencia, le condena: «Soy inocente de la sangre de este justo. Cargadle con la cruz». Y le cargan con la cruz nuestra de cada día: El sacerdocio, el matrimonio, la enfermedad, la incomprensión. Una cruz sin Cristo es muy pesada. Con El nos la hace suave y ligera. 

11.— LA SOLEDAD Hermanos de la Salle

De nuevo la Luz de la maternidad en las tinieblas de nuestra vida. 

12.— CRISTO DE LAS CAIDAS Bochaga. Parroquia de San Juan

El fúnebre cortejo se puso en movimiento en dirección al Cl-vario. Tropieza y Dios cae en ti-rra. No pudimos acercanos a El en el Sinaí porque el monte a-día. La cruz es muy alta y no ll-gamos. Ahora sí le alcanzamos porque está a nuestra altura y nos da la mano para poder continuar. En esta bella cultura Cristo no está sólo. El Cireneo le ayuda, como un símbolo de nuestra obligación de ayudar a nuestros prójimos a llevar su cruz. El s-yón le arrastra para llevarle más deprisa al suplicio. En estos pe-sonajes está el retrato de nuestras vidas. El legionario romano es escéptico. 

13.— LA VERONICA Y LA SANTA FAZ Ezequiel de León. Parroquia de San Benito 

La hemorroisa, con fe, decía: «Si logro tocar la fimbria de su túnica, quedaré curada». Y mientras la gente aplaudía a Jesús, ocultamente logró su intento y sanó. La Verónica, que según la tradición, era la misma mujer agradecida, ahora, mientras la chusma le insulta, le defiende públicamente. De rodillas le limpia el rostro, y cuando lo retira lanza un grito de júbilo: El Maestro le hizo el mejor regalo. Su rostro afeado, moribundo, lleno de sangre, de sudor y sangre coagulada. Hubiese sido mejor un lienzo con su rostro resucitado, según nuestros esquemas. Pero los místicos nos afirman que el sufrimiento es el premio de Dios, porque hay una eterni-dad de alegrías. 

14.— SEÑOR DE LA HUMILDAD Y PACIENCIA Imaginería Canaria. Parroquia de Santo Domingo

La fúnebre comitiva ha llegado al pie del Calvario. Le arrancan con violencia la túnica y pozadazos de su carne rota, y, desnudo, lo apartan con desprecio. Así está en esta venerada imagen. Mientras entre blasfemias y gritos preparan la cruz, El nos habla: «El que se ensalza será humillado. El que se humilla será ensalzado. Si queres ser altura sé llanura. Con un fogonazo de soberbia no hay tiempo para escribir tu nombre en el Cielo. Con la luz humilde de la lamparilla, como es continua, tu nombre resplandecerá eter-namente...». ¡Eh!, le gritan. ¡No pienses más!. Y le empujan con sarcasmo contra la cruz.

15.— CRISTO DEL CALVARIO Parroquia de San Lázaro

Le obligan a recostarse en la cruz, primer altar de la historia. Se oyen los golpes tétricos de los martillos que cosen las manos y los pies al madero. Uno de los dos malhechores que subieron al patíbulo con El, aprovecha la ocasión y le roba a Jesús el Cielo en el último instante de su vida. ¿Quieres que la cruz florezca en Ti? Si el árbol hablara diría al leñador: «Corta, déjame en el esqueleto, porque quiero florecer abundantemente en primavera». Nosotros podemos hablar y cantar: «El invierno es corto, la primavera eterna... corta aquí, Señor...». 

16.— LA DOLOROSA, SAN JUAN Y LA MAGDALENA De procedencia americana. Monasterio de Santa Clara 

Una vez más la dulce miel de la Dolorosa para el acíbar de nuestras miserias. Pero ahora no está sola. Hay dos personajes que nos representan en la cumbre del Calvario. San Juan recibe el dulce legado de la maternidad virginal para nosotros: «He ahí a tu Madre». Y se secaron las lágrimas en nuestros ojos y aplaudimos frenéticamente: ¡No estamos huérfanos! 

La Magdalena lleva en sus manos el frasco de perfumes con que ungió los pies al Maestro. Para nuestro egoísmo y nuestro vil comentario, se oye aún la defensa de Dios: «No me has ofrecido agua... No me has dado el ósculo de paz... No has derramado perfume sobre mi cabeza... Pero ella me ha lavado mis pies con lágrimas... Los ha secado con sus cabellos... Los ha besado... los ha perfumado...». 

17.— SANTISIMO CRISTO DE LA LAGUNA Perteneciente al gótico sevillano. Real Santuario del Santísimo Cristo 

La imagen sugestiva del Cristo desgrana sus siete palabras en el impresionante silencio. Siete colores de un arcoiris de perdón. Siete notas del himno musical gigante: La redención. Pasa Cristo, en su silencio elocuente, con sus ojos que miran sin mirar, con sus labios que hablan sin hablar, con su corazón que palpita sin palpitar, con sus brazos que abrazan sin abrazar, con sus pies que caminan sin caminar, con sus gracias actuales que nos inundan suavemente. Acaba de morir con la última nota armoniosa de su himno redentor: «En tus manos encomiendo mi espíritu...». Y reclinó la cabeza y murió. 

18.— LA PIEDAD Lázaro González. Parroquia de la Concepción 

Manos amigas han bajado el cuerpo muerto y lo han colocado amorosamente en los brazos de su Madre. El cuadro es maravilloso de espiritualidad. Al fondo, la cruz. Lejos, nosotros. En medio, Ella, la madre, ofreciéndonos su víctima. Nuestra esperanza es ésta: La madre del reo es la madre del juez. Y le pedirá a su hijo juez por su hijos reos, para que en el día del juicio se acuerde de su Misericordia. 

19.— INSIGNIAS DE LA PASION Dolorosa. Convento de Santa Catalina de Sena 

Instrumentos santificados por la sangre de Cristo rodean la Dolorosa. Escala, flagelos, lanza, dados, corona de espinas, túnica, sudario, esponja, cruz... Todo queda santificado en torno a la corredentora. 

20.— SANTOS VARONES Fernando Estévez. Parroquia de Santo Domingo 

Son Nicodemo y José de Arimatea, ambos miembros del Sanedrín. Eran discípulos ocultos de Cristo. Asistirían a la condena de Jesús. ¿Contemporizarían Laguna! con los sanedritas? Muchas veces oímos decir: «Soy católico, pero no acepto algunos dogmas de la Iglesia. No acepto actitudes y enseñanzas del Papa, pero soy más católico que los que la defienden». Algunos, como estos Santos Varones, aceptan a Cristo y le conducen tranquilamente al sepulcro. Otros lo llevan con furia, pretendiendo sepultarlo definitivamente. 

21.— SANTO ENTIERRO Parroquia de Santo Domingo 

Presidía el duelo María, acompañada por las piadosas mujeres. Y al rodar la loza del sepulcro, Ella quedó sin corazón, sepultado con su hijo. Moriremos. ¿Flores, recuerdos, lágrimas, sarcófagos espléndidos, monumentos, frases laudatorias?... ¿Para qué?... Si no hemos muerto con Cristo... ¿Para qué?... 

22.— LA SOLEDAD Talla sevillana. Parroquia de Santo Domingo de Guzmán

El desfile de imágenes de la procesión Magna no podía terminar de otra manera. Muerto su hijo, ha quedado sola. Pero vivimos nosotros para ella. Terminemos con el resumen de las Dolorosas que hemos contemplado. «La Predilecta» con los brazos extendidos suplicando misericordia, «Nuestra Señora de las Angustias» con manos unidas en súplica fervorosa, la «Dolorosa» del monasterio de Santa Clara extendiendo las suyas como una ofrenda y, «La Piedad» con su hijo muerto en los brazos, miran al cielo. La «Dolorosa» de las «Insignias de la Pasión», «La Soledad» de los Hermanos de la Salle, y «La Soledad» de Santo Domingo, tienen sus ojos clavados en los hijos en la tierra. Miran al cielo y a la tierra. Madre de Dios y de los Hombres.

Ha terminado el pregón. ¡Cómo pesas , Cristo de La Lagunal... Sí. ¡Cómo pesas!... Luz para mis sombras, nieve para mi fango, liberalidad para mis egoísmos, humildad para mi soberbia, paciencia para mi ira, aura fresca para mi bochorno, torrente de amor para mis torrentes de odio. Y, ¡qué alivio cuando me levanto del confesionario y veo que tu mano se ha desclavado para abrazarme!... ¿Cómo pesas en tu procesión devota, silenciosa, en la que no se oyen sino los pasos de tus esclavos y los millares de fieles que te acompañan con bisbiseos de plegarias y lágrimas en todos los ojos! ¡Cómo pesas, Cristo de La Laguna, siempre, pero especiamente en la escalofriante madrugada fría y cálida, triste y alegre de tu comparable Viernes Santo lagunero!...