¿Quién es este?

«Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Jesús estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: ¿Pero, ¿quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!» (Marcos 4, 37-41).

Este año 2020, la Fiesta en honor del Santísimo Cristo de La Laguna, se enmarca en las especiales circunstancias que estamos viviendo, como consecuencia de la pandemia del virus Covid-19. Las necesarias medidas de protección y prevención, indicadas por las autoridades sanitarias, no nos permiten celebrar la fiesta en la forma acostumbrada, no solo en la gran variedad de actividades culturales, deportivas y lúdicas sino, también, en los actos propiamente religiosos.

No obstante, en lo que como Iglesia nos compete, con fe y devoción vamos a honrar al Cristo de La Laguna. Las manifestaciones externas serán más austeras y limitadas, pero la fe y el amor que tenemos a Jesucristo, y que llevamos en el corazón, no tiene límites. Bien sea con nuestra participación presencial, o a través de los medios de comunicación, podemos celebrar la fiesta.

Dios está con nosotros, nos conoce bien y donde quiera que estemos le podemos suplicar y agradecer. Sin duda, la falta de los elementos externos, a los que estamos acostumbrados, son una dificultad y nos puede dar la sensación de que no hay fiesta. Sin embargo, en estas circunstancias, aún los gestos más sencillos tienen un gran valor a los ojos de Dios. Lo importante es hacerlo todo en espíritu y en verdad.

Para esta ocasión hemos elegido como lema una frase del Evangelio: “¿Quién es este?”. Es una pregunta que podemos hacernos todos ante la imagen del Santísimo Cristo de La Laguna, es la pregunta que se hacía la gente en tiempos de Jesús, cuando viendo en él un hombre como los demás, sin embargo, en muchas ocasiones, su enseñanza y sus actos les producían sorpresa.

Por ejemplo, les sorprendía que perdonara los pecados, cosa que solo puede hacer Dios; el propio rey Herodes, oyendo las cosas que hacía Jesús, también se preguntaba: ¿Quién es este, de quien oigo tales cosas?” (Lc. 9,9); también, cuando la entrada de Jesús en Jerusalén, en la semana de su Pasión y Muerte (lo que conocemos como Domingo de Ramos), al ver el recibimiento que le hicieron a Jesús: “Toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es este?” (Mt. 21,10). También nosotros, conocedores de la historia de Cristo de La Laguna, y de los prodigios que Dios ha hecho en favor de quienes le han invocado ante esta imagen, podemos preguntarnos: ¿Quién es este? ¿A quién representa esta imagen? ¿A quién veneramos cuando damos culto a esta imagen?

De modo particular me quiero detener en el pasaje del Evangelio que cuenta el milagro que hizo Jesús, cuando iba en la barca con sus discípulos y se desató una tempestad; Jesús con su poder aplacó la tormenta y los discípulos, también, se preguntaron: “¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!” (Mc. 4,41).

El relato de este hecho lo tomó el Papa Francisco como base para su reflexión, que realizó el 27 de marzo de este año, en la Vigilia de Oración con motivo de la pandemia del Coronavirus. Les invito a leer aquella meditación del Papa, no tiene desperdicio. El texto completo lo podemos encontrar en:

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2020/documents/papa-francesco_20200327_omelia-epidemia.html

Sin duda, el texto del Evangelio y aquella reflexión del Papa, nos ayudan a comprender desde la fe la situación que estamos viviendo. Estamos en medio de una tempestad: ¿Cuál es, hoy, el mar agitado para nosotros? Claramente, junto a otras tormentas de siempre, ahora nos afecta particularmente la Pandemia del Covid-19 con sus consecuencias en la salud, en las relaciones humanas, en la vida laboral, en la economía y la vida social en su conjunto.

Como a los discípulos en el barco, a nosotros nos puede parecer que a Jesús no le importa que perezcamos. Podemos tener la sensación de que Él es indiferente a lo que nos está pasando. Esta sensación se ve agravada cuando nos ocurre lo que dice el Salmo 42: “La gente me atormenta todo el tiempo preguntándome: ¿Dónde está tu Dios?”.

El relato del Evangelio nos cuenta que Jesús, después de calmar la tempestad, recriminó a sus discípulos, diciéndoles: “¿Por qué sois tan cobardes?, ¿aún no tenéis fe?”. Los discípulos no han tenido fe, aunque Jesús estaba con ellos. Solo veían a Jesús en su realidad humana y no divina. Precisamente por eso es necesaria la fe, para ir más allá de las apariencias y reconocer que Jesús es realmente el Señor, el Hijo de Dios, hecho hombre para nuestra salvación.

Jesús, con su sola palabra, calma la tempestad y los discípulos sorprendidos se dicen unos a otros: “¿Quién es este, que le obedecen hasta el viento y el mar?”. Como no tenemos poder sobre los fenómenos de la naturaleza, cuando estos se desencadenan experimentamos una situación de peligro y, al no poder resistir o vencer la situación, experimentamos nuestra fragilidad. Jesús, en cambio, participa del poder de Dios y lo demuestra calmando la tempestad para suscitar la fe en los discípulos.

Este episodio es también significativo para nosotros. Cuando nos encontramos en una situación de peligro, cuando nos sorprende una tempestad de cualquier tipo, pensamos que Jesús está ausente, que no puede o no quiere intervenir. Sin embargo, como hicieron los discípulos, debemos ir a él y decirle con una gran confianza: “Maestro, ¿no te importa que naufraguemos?” Debemos decirlo con fe. Si no tenemos fe, nuestra situación se vuelve verdaderamente desesperada, porque nuestra falta de fe impide la intervención del Señor.

San Agustín, comentando el texto de la tempestad calmada, dice que si naufragas es porque Cristo está dormido en ti, y añade: “¿Qué significa eso de ir Cristo dormido en ti? Que te has olvidado de Cristo. Despiértale, pues; tráele a la memoria; despertar a Cristo es pensar en él… Despierta a Cristo en tu corazón y deja que hable contigo” (San Agustín, Sermón 63, 2-3).

¿Quién es este?, se preguntaba la gente cuando Jesús entró en Jerusalén montando en una borrica y aclamado por la multitud. ¿Quién es este, que aparece representado en esta venerada imagen del Santísimo Cristo de La Laguna?, podemos preguntarnos nosotros. Les invito a responder con toda nuestra fe, con las palabras de este himno de la liturgia del Domingo de Ramos:

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

 

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección
.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección. Amén
.

 

Así, desde la fe -con alma, corazón y vida- podemos hacer una gran fiesta en honor del Santísimo Cristo de La Laguna. Es lo que les deseo de todo corazón.

Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense