Las campanas de Aguere, tocan a fiesta cada mes de septiembre, atrayendo, con su sonido, al devoto que, ante el Cristo moreno, exterioriza sus sentimientos en enfervorizada oración y al romero que convierte el rezo en canción en divertida parranda al amparo del ventorrillo.

Pero no todo es felicidad en la vida de las campanas de Aguere, ya que, a lo largo de la historia, han tocado a rebato, anunciando el aluvión de 1713 o el incendio de 1810. Estos dos enemigos del Cristo —agua y fuego— no pudieron con el Crucificado moreno porque sus amigas las campanas avisaron al pueblo del peligro El fuego fue relegado a arder eternamente en los pabilos de las velas de promesa, y el agua, a mojar los dedos de los fieles para trazar cruces de fe y amor en sus cuerpos. Todo ello se debe a las broncíneas vigías de Aguere. Unas campanas que son testigos de amor del Cristo lagunero y de antiguas historias que duermen en sus cuerpos curtidos por el frío y envejecidos por el polvo coral de los tejados y las atezadas arenas de las piedras de los nobles edificios.

Las campanas de San Benito recuerdan cuando al patrón de los labradores lo traslada­ban en procesión, acompañado de las Hermandades Sindical de Labradores y de la Ciudad y el Campo con sus respectivas banderas. Al llegar a la Plaza de San Francisco, se procedía a la bendición de las reses participantes en la Feria de Ganado Vacuno, ante los toques de las típicas danzas.

Daban sombra-al ganado enormes toldos circundados por arcos en forma de trébol y banderas. Armazones que eran aguantados por palos que, adornados con ramas del monte, servían a los boyeros para amarrar a sus yuntas. Entre las indumentarias presentes, destaca­ba la del boyero, formada por chaqueta, chaleco, pantalón corto y calZoncillo largo de color blanco.

Cada boyero aspiraba ganar uno de los cinco premios que se otorgaban:

1° premio. Lo daba la Reina. Consistía en un cuadro al óleo que recibía el criador que presentaba el mejor lote, compuesto, por lo menos, de un toro manso de raza del país de uno y medio a tres años de edad; dos vacas de vientre de la misma raza; una yunta de bueyes para labor y un ternero de menos de un año, de más peso y mejores formas.

2° premio: La infanta Isabel entregaba un objeto de arte al mejor lote de una o más yun­tas de bueyes de raza- del país, de tres a siete años de edad y destinados a la labor.

3° premio. Lo otorgaba el Capitán General. Era, también, un objeto de arte que recibía el boyero poseedor del mejor lote de dos o más vacas de leche extranjeras que hubiesen sido destinadas a la reproducción en la provincia de Santa Cruz de Tenerife.

4° premio. Cien pesetas a la res de más peso.

5° premio. Cincuenta pesetas al mejor lote de uno o más terneros o becerras de seis meses a dos años, de más peso y mejores formas.

En el transcurso de este concurso, todas las vacas de leche se sometían a las pruebas de ordeño que determinaba el jurado. En igualdad de rendimientos, se premiaba a la más joven.

El boyero —ello lo saben muy bien las campanas— no sólo llevaba su ganado a la Plaza para conseguir alguno de los premios citados, sino para que el Cristo lo protegiera, ya que siempre ha cuidado mucho el campo. La tradición apunta qúe el Crucificado abre los ojos cuando da un abrazo de prodigio a los campos isleños, a los que protegió de las sequías en 1562, 1566, 1571, 1577 y 1607, y de la langosta en 1585 y 1607.

Ante tanta protección, las campanas guardaron celosamente el canto del poeta hecho rezo de amor, que, en voz de Alfonso R. Fresneda, recoge el sentir del pueblo en los siguientes términos:

"En estas grandes fiestas que celebra en tu honor, 
se renueva el milagro de su fe inextinguible 
y la eterna promesa de entregarse a tu amor.

No le niegues tú, a cambio, la gracia y la fortuna
de seguir siendo el templo que atesora la joya
de tu bendita imagen, ¡Cristo de La Laguna!"

Ahora las campanas son monásticas. Más que de una tradición desaparecida de las fiestas mayores de septiembre, hablan de amor a Cristo. Las campanas son del Convento de Santa Catalina y dan noticia de la Madre San Rafaela, la cual padeció el mal de San Lázaro, llenándosele todo su cuerpo de llagas. No contenta con tanto dolor, pidió a Cristo uno de sus mayores dolores. Prodigiosamente se le abrió una corona de llagas alrededor de la cabeza. Murió el 2 de julio de 1664, a los 26 años de edad. Al descubrir su cuerpo, se observó el rostro hermosísimo y blanquecino y las llagas de la cabeza convertidas en una guirnalda de rosas, "que­riendo Dios que las que fueron llagas en vida fueran hermosas flores en la muerte". Al abrir su sepultura, a los 2 años de muerta, salió una misteriosa fragancia. Quizá por las virtudes de esta y muchísimas más religiosas, el Cristo lagunero visita anualmente, en el mes de sep­tiembre, el Convento de Santa Catalina.

Las campanas de la Concepción son testigos del espectáculo pirotécnico que, en la no­che del 14 de septiembre, convierte la torre que las protege en un castillo de fuego y color con efímeras estrellas de pólvora que iluminan a las damas de bronce concepcionistas, posee­doras de las décimas que, en anónima pintura del Cristo, dan a conocer el aluvión de 1713 y el traslado de la Venerada Imagen a la casa de los condes del Valle de Salazar:

"La Casa de Obedeón
que hospedó el Arca Sagrada
fue a grande honor sublimada
por divina bendición:
con cuanta mayor razón
de más grave fundamento
puede prometerse aumento
la Casa de Salazar;
pues ha logrado hospedar
al Augusto Sacramento".

"Día veinte y seis de enero
del año de setecientos
y trece, los crecimientos
de aguas de un diluvio fiero,
anegaron el terreno
del convento religioso
del Serafín amoroso,
que para nuestra fortuna
del Cristo de La Laguna
es relicario dichoso".

"Por la grande inundación
a esta Casa conducido
de San Francisco traído
fue en solemne procesión:
misa de dedicación,
con sonora melodía
se cantó, y en profecía
el evangelio anunciaba;
que Dios la salud obraba
para esta Casa aquel día".

"Hoy en tu Casa el estar
me conviene, dijo Cristo,
y en esta Casa se ha visto
este favor singular:
y si allí fue a remediar
de Zacheo arrepentido
las pérdidas, aquí ha sido
igual su intento amoroso;
pues vino a salvar piadoso
todo lo que era perdido".

Las campanas de la Catedral nos transportan a las Fiestas del Cristo de 1959, las cuales fueron marcadas por dos acontecimientos importantes:

• El domingo día 6, a las 3 de la tarde, después de una ofrenda de coronas en la tumba del maestro, se recibieron a las bandas de música que tomaron parte en el homenaje a Alonso Castro, director de la Banda de Música "La Fe". Las bandas se concentraron ante la casa del afamado músico, en la calle Obispo Rey Redondo, para descubrir una lápida. Luego, las bandas de La Orotava, San Juan de la Rambla, Güímar y La Laguna ofrecieron un concierto en la Plaza del Adelantado.

• El miércoles día 30, a las 10 de la noche, en el Teatro Leal, los Juegos Florales se incorporaron de nuevo a las Fiestas del Santísimo Cristo de La Laguna. Su Reina fue María Adela Soriano y Benítez de Lugo. Hubo discursos, conciertos y hasta lectura de premios, co­mo el titulado "El Cristo de La Laguna y las Fiestas de Septiembre".

Las campanas del Real Santuario de San Francisco, finalmente, traen el llanto de una niña. Es Nicolasa Pacheco Sánchez. Está aquejada de un mal de puntada. Empeora y, des­pués de dos días sin hablar y con la cabeza y brazos caídos, llega al borde de la muerte. Su madre, María Sánchez, pide ayuda en el convento franciscano que custodia al Cristo. Los reli­giosos le envían a Fray Diego Pérez, el cual, después de encomendarla al Crucificado, recibe de su acompañante, Fray Sebastián de Jesús, una pequeña cruz realizada con un trozo de la diadema antigua de madera del Cristo. Acercó el fraile la reliquia a la niña y tocó sus ojos y su boca. En ese mismo instante, Nicolasa, "por el maravilloso efecto de la vivifica y salu­dable cruz", abrió los ojos, recorrió su casa y comió un trozo de pan. Su madre, profunda­mente agradecida, visitó al Cristo, ofreciéndole una oración, salida de las mismas entrañas donde fue concebida su hija, y media arroba de aceite para su lámpara.

Estas campanas de San Francisco son mis preferidas. No existen en La Laguna mejores testigos de amor de mi Cristo. moreno. No sólo recuerdan el milagro de la pequeña Nicolasa, sino, también los campaneros que, con fuego, arte, cariño y fuerza, vaciaron y fundieron el cuerpo de las primeras damas de bronce de la histórica espadaña del Cristo.

En 1688 Juan Espejo, maestro fundidor, fabricó uria campana de 220 libras, según ha­bía convenido con el capitán Juan Manuel Delgado, síndico del Convento del Glorioso Patriar­ca San Francisco. La campana sustituyó a otra de 217 libras que se quebró. Según el contrato, la campana se terminó en la primera quincena de enero de 1689. El campanero recibió 434 reales de a 8 cuartos por su trabajo.

Esta campana, indudablemente, no es testigo, como lo fue la que hizo_Antonio de Ribera en 1568, del amor que transmitió el platero de masonería Gaspar López al hacer, en 1588, la cruz de plata del Cristo, basándose en la del Convento de Santo Domingo, aunque con una pulgada más en los brazos y dos dedos más de largo el encaje que lleva en el pie. Los trabajos comenzaron en diciembre de 1568 y acabaron el día de San Juan del año siguiente.

Ya sea de plata o de madera,
en la cruz va suspendido
como del cielo y la luna,
por eso alumbra al dolido
el Cristo de La Laguna
que llevo en el alma prendido.

Septiembre despierta las campanás de Aguere, las cuales repican y repican hasta me­terse en el alma. Desde sus centenarias espadañas o campanarios, están llamando a nuestros corazones a la Fiesta del Cristo: gran explosión de alegría que desborda la plaza, reventón de fe y amor que sale de los devotos para clavarse en el Crucificado, tímido rezo cuyo amén es un abrir y cerrar de labios que se posa, en forma de beso, en el rostro moreno del Cristo lagunero.

Me gustaría que mi pecho fuera un campanario y mi corazón la esquila que tocara a amor para que mi Cristo, a todas horas, supiera cómo siente, cómo quiere a su Crucificado un lagunero.

Campanas de Aguere, desde lo más profundo de mi alma lagunera, os digo:

Todas juntas a tocar,
que la ciudad se haga luz, 
pues con lento caminar
viene mi Cristo en la cruz
para las penas aliviar.